viernes, 13 de agosto de 2010

--- Me gusta harto el ají!!

ME GUSTA HARTO EL AJÍ, COMPADRE
CONTABA MI SUEGRO otra pequeña historia en la que no sé si “estuvo cerca” o se la contaron, y es la que sigue. Y recalco lo de “estuvo cerca”, porque en muchas de las historias que el atribuía a terceros, no faltó quien asegurara que casi siempre anduvo entreverado el mismo entre los actores principales.
Como siempre, el lugar fue uno de tantos en proximidades de la cordillera neuquina. Los actores, dos lugareños indigentes, de hablar achilenado, de esos que a veces consiguen algo más que el poco de ñaco y de vino necesarios para hacer una chupilca y que esta vez habían conseguido algunas cositas para cocinarse un guiso. No mucho; quizá alguna cebolla, unas papas, tal vez fideos y muy poco más. Aunque de algún lado había aparecido bastante ají picante, el cual para la mayoría de los lugareños y en especial para los provenientes de Chile, es poco menos que indispensable.
Al reparo de unas piedras grandes improvisaron un fogoncito con algunas piedras chicas puestas en círculo. Con algunas leñitas, a lo mejor yareta, o quizá simplemente bosta de vaca, de caballo o de mula, empezaron a calentar una ollita de hierro fundido de tres patas, muy comunes en el Neuquén cordillerano de aquella época. En ella se estaban cocinando los ingredientes, cuando uno de los dos agregó una importante cantidad de ají y el otro le llamó la atención al respecto, diciéndole:

- “Oiga compadre, no le ponga tanto ají, que a mi me hace harto(1) mal el picante.”

- “Lo que pasa es que a mi me gusta harto el ají, compadre”, contestó el otro, quien, al tiro(2) tomó cuenta cabal de la situación.

Porque la comida era poca y con ese pedido del compañero, ya había encontrado una forma de que rindiera; por lo menos para él. En cuanto el otro se descuidó, el primero volvió a echar otra buena cantidad de ají a la olla y nuevamente se repitió el pedido del primero y la misma disculpa del segundo.

- “Ya le dije compadre, que a mi me hace harto mal el ají. No le ponga más, po!”(3)

- “Es que a mi me gusta harto el ají, compadre!”, fue la respuesta poco menos que preparada del primero.

Y una tercera vez el primero esperó el descuido del otro, para zampar en la olla otro generoso puñado de ají, con la idea de que el compañero desistiera de comer y así quedaría todo ese guiso ultra picante para el solo. Pero erró el cálculo. Esta vez el otro no dijo nada, pues adivinando al vuelo la intención del primero se arrimó a la ollita, tomo unos puñados de arena del suelo, los mandó adentro y revolviendo bien, le dijo al otro:

- “Lo que usté no sabía compadre, es que a mi me gusta harto la arena!!”

Y vaya uno a saber si tendrían algo de vinito y ñaco, como para preparar una chupilca. Porque dicen que a ese guiso infernal no pudieron comerlo ni las hormigas!
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(1) La palabra “harto” es empleada en Chile como sinónimo de mucho.
(2) En este caso, “al tiro” es empleado también en Chile, con el significado de enseguida.
(3) El vocablo “po” es comúnmente usado al final de una frase, como una especie de apócope de pues.

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