martes, 14 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (12)

Tour de Bretagne 2006, Camion Ancien un ScaniaImage by BreesyBreizh via Flickr
Viejo Camión Scania
HISTORIAS DE PAPAS (12)
En el hilván de recuerdos de esta índole, rememoro especialmente una mañana en la cual a la pensión habían pedido changarines para la barraca. Allá fuimos Oscar y yo, sin saber qué nos tocaría hacer. Oscar era un tipo macanudo, fuera de serie, buen estudiante, quien hizo su carrera realizando trabajos pesados como estos. Además tenía un fino sentido del humor y eso vale tanto en su recuerdo, como lo que valía para alentarnos durante esas interminables horas de esfuerzo continuo. Al dar vuelta la esquina nomás, vimos que el día no sería fácil. Varios Scania 75 (el camión más grande de aquélla época) con sus respectivos acoplados de tres ejes, aguardaban estacionados sobre Lavalle con su cargamento de papas. Ya adentro, nos enteramos que durante el día llegarían otros camiones más desde Balcarce. Enseguida, mientras nos colocábamos sobre la cabeza y los hombros una improvisada capa hecha con una bolsa vacía, atracó el primer camión al portón del galpón, alguno del grupo se subió a alcanzar bolsas y comenzamos la jornada.
Me acuerdo que entre el personal “casi estable” de la barraca había uno de apellido Serón que había boxeado en el Salón de los Deportes, a no más de dos cuadras de allí, sobre la calle Soler. Serón, quien nunca había sido un estilista ni mucho menos, sino apenas un tipo con mucha voluntad y mucha resistencia física, era llamado a pelear cada vez que hacía falta un relleno, o alguien que no tuviese miedo de enfrentar a algún púgil en ascenso a cuyo curriculum había que sumarle victorias fáciles para alentar el futuro del “business.”
Al igual que nosotros cuando nos llamaban desde la barraca, a Serón lo llamaban desde el Salón de los Deportes cuando la cosa no iba a ser fácil. Y su cara deformada, era un elocuente muestrario de los sopapos que había aguantado por el precio equivalente de “dos tortas negras.” También ese día había sido convocado a la changa un muchachito cuyo nombre no recuerdo, muy voluntario pero bastante falto de neuronas, medio tontón y a quien apodaban “dos pollos”, porque era el equivalente de “medio pavo.”
El asunto es que cuando terminábamos de descargar un chasis, descansábamos apenas los treinta o cuarenta segundos que tardaba el chofer en correr el equipo hasta que la puerta del acoplado enfrentase la puerta del galpón ...y a meterle otra vez a las papas! La descargada de bolsas de papa no se sufría por el peso, ya que en el peor de los casos estas no superaban los cuarenta kilos, contra los sesenta o más que en su época pesaban las bolsas de maíz o los incalculables kilos de las de avena, cuando estas eran bolsas que habían sido usadas varias veces y estaban muy estiradas.
Pero hombrear bolsas de papa tenía dos molestias fundamentales. La primera era que casi siempre todo el peso de la bolsa se apoyaba en el hombro sobre una o dos papas solamente y en el ritmo del trabajo no se podía perder tiempo acomodándola. Menos aún bajo el ojo atento y siempre serio del viejo Marcos. La otra molestia, la más brava para mi gusto de persona “transpiradora”, era que una parte importante de la tierra suelta que inevitablemente caía de las bolsas, nos iba cubriendo de la cabeza a los pies y se iba haciendo un barro pegajoso al humedecerse con la transpiración que a los pocos minutos de trabajo nos empezaba a bañar, aún en invierno.
Y ese barro iba deslizándose mansamente hacia abajo al ritmo de nuestros músculos, metiéndose implacable en todos los pliegues imaginables de nuestros cuerpos. Recuerdo que al regresar a la pensión y mirarme al espejo luego de alguna de estas “jornadas de papa al hombro”, solo veía mis ojos y mis dientes blanqueando tras un fondo oscuro, como si me hubiese tiznado la cara con un corcho al mejor estilo de Al Johnson.

continúa...
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--- HISTORIAS DE PAPAS (11)

Coat of Arms, City of Bahía BlancaImage via Wikipedia
Escudo de Bahía Blanca
HISTORIAS DE PAPAS (11)
Entre estas elucubraciones acerca de las papas, me viene a la memoria un recuerdo de mi primera juventud, cuando estudiaba Geología en la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca y vivía en la que en aquél entonces era la famosa pensión “El Gaucho”. Esta se ubicaba en una gran casa antigua de la calle Dorrego, en el número 378. Casi donde esta calle, por ironía del destino y quien sabe por qué criterio de quienes bautizaron las calles de esa ciudad, se cruza con la calle Lavalle.
Dorrego y Lavalle se encuentran todos los días en esa esquina, quizá rememorando el trágico y descabellado encuentro de ambos en aquel fatídico 13 de Diciembre de 1.828, cuando se comenzó a teñir con sangre de verdaderos hermanos la historia de los argentinos. Lavalle, el mismo héroe indudable del Ejército de los Andes como fue su fama, aunque siempre corto de entendederas, como también fue su fama, circunstancialmente tuvo el poder del país por poco tiempo.
Pero estaba tan enceguecido por el sutil “meloneo” de los “casacas negras”, como el mismo Lavalle denominó veinte años después a los unitarios leguleyos que interesadamente lo usaron, haciéndole gastar su heroica vida luchando contra la verdadera argentinidad. De ese modo y entre otras cosas en virtud de una pérfida carta escrita por Salvador María del Carril a propósito de la detención de Dorrego, hasta ese momento Gobernador de Buenos Aires, ordenó el fusilamiento de este pasando a simbolizar hasta hoy los desencuentros internos que signaron a la Argentina desde entonces.
En esa pensión nos mezclábamos conviviendo estudiantes pobres, artesanos de oficios diversos y jornaleros sin oficio. Entre estos últimos había varios que se ganaban la vida changueando en el puerto y en las barracas de la zona. Porque en la vecindad de esa pensión que hoy puede decirse que está casi en pleno centro bahiense, en aquél entonces había algunas barracas de forrajes y acopiadoras de granos; la barraca de Segatori era una de ellas y la de Marcos Raijer era otra; las que no se si siguen estando allí. Ambas tenían algún número de obreros casi permanentes, pero el circunstancial mayor movimiento de mercadería en ellas durante algunas ocasiones especiales, hacía que tuvieran que recurrir al empleo de changarines por uno o dos días. Y allí íbamos nosotros, los estudiantes pobres.
Adonde yo habitualmente concurría, era a la barraca de Marcos Raijer, ubicada sobre Lavalle, apenas a media cuadra de la pensión y a media cuadra de la asociación vasca, donde de noche cantaba en su coro. Como el viejo Marcos se dedicaba a negocios con forraje y papas, a veces solían llegar juntos muchos camiones cargados de avena, maíz o papas y había que descargarlos en el mismo día. Entonces alguno de los jornaleros que vivían en la pensión, venía a buscarnos para que ese día nos ganásemos "la changa."
Sabíamos que esos eran días especiales, de “garrón acalambrado”, como solíamos decir. Porque la urgencia de los camioneros forasteros para descargar e irse, nos impedía parar al medio día y algunas veces solíamos estar desde muy temprano a la mañana hasta pasadas las nueve de la noche, trotando bajo el peso de las bolsas, muchas veces con las piernas al borde de la desesperación. Pocas veces el trabajo era mucho más liviano y ello solo ocurría cuando el viejo Marcos no había podido vender todas las papas a tiempo.  Entonces había que vaciar las bolsas en el piso del galpón y clasificar las papas, para computar la merma por deshidratación y pudrición.
Entonces se sacaban las papas podridas, las que dicho sea de paso dejaban en las manos y en lo profundo del olfato, un olor nauseabundo que tardaba varios días en desaparecer (porque en esa época, trabajar con guantes no se veía ni en las películas). Se llenaban y pesaban las bolsas para computar la merma. Merma que luego sería cargada al precio de la papa, el cual crecía en la misma medida en que iba desapareciendo del mercado la papa nueva. Luego las bolsas se estibaban nuevamente. Pero en estos casos, salvo la mirada imperturbable y siempre seria del viejo Marcos, no nos corría nadie.
continúa...
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