viernes, 13 de agosto de 2010

INSTANTES ANÓNIMOS - Recuerdos en Dársena Sur

Terminal de Buquebús 4
Aliscafo de Buquebús
INSTANTES ANÓNIMOS
RECUERDOS EN DÁRSENA SUR
Un soplo continuo de vapor escapa de una chimenea y es empujado por la brisa del sur, formando una nubecita que anda muchos metros antes de perderse en la atmósfera; porque afuera hace frío en serio. Cinco cipreses, como otros tantos dedos oscuros, se levantan sobre la orilla opuesta de la dársena frente a los galpones. El alíscafo Patricia Olivia de Buquebús, está casi quieto en su amarra. Solo acusa pequeños vaivenes cuando algún camión se acomoda en su panza, mientras flota en el caldo de cultivo de las aguas de la Dársena Sur.
Una botella de plástico navega lentamente hacia el río, impulsada por el reflujo. La FM sintonizada en la sala de la clase turista vuelca una cascada de palabras obvias y propaganda estéril, solo cortada a ratos por oleadas de música rapera con ritmo de galeotes. Mientras unos pocos pasajeros miran perfumes y cosméticos en el free-shop de a bordo, la música cambia a ritmo lento con reminiscencias de los años sesenta.
Es una de esas canciones que me agradaron siempre, sin saber quienes son los autores o quienes la ejecutan. Podría lo mismo ser de fines de los cincuenta; igualmente la recordaría. Un piano, una harmónica sencillita. Una voz en inglés, de esas conocidas desde siempre, parecida a los Beatles, si es que no es un ex-Beatle de solista, me hace viajar al pasado por el puente de la música.
De pronto ya no estoy sobre el Patricia Olivia esperando la partida. Los cipreses de la orilla son ahora los tantos cipreses que plantó papá y los galpones son los tantos galpones que papá, ladrillo a ladrillo, fue dejando tras de su huella por el mundo. Como aquél galpón de la estancia donde enraizó su vida junto a mamá.
Desde esos recuerdos caigo al presente con el peso de una bolsa llena de piedras, cuando el barco empieza a trepidar apartándose del muelle, mientras la voz del capitán saluda por los intercomunicadores y avisa que navegaremos a cuarenta nudos de velocidad. O sea a unos setenta y cuatro kilómetros por hora.
Veo la misma botella de plástico retornando lentamente en el agua de la dársena. No se si ya habrá cambiado la marea, o si regresa impulsada por alguna corriente generada por este barco saliendo de la amarra, o por el Ciudad de Buenos Aires que está entrando cargado de camiones. Vamos navegando al lado de remolcadores, chatas areneras y pesqueros. Uno de ellos, el Matrícula 6.141, pasa muy cerca y me recuerda que el presente es ahora y que estoy navegando hacia Montevideo.
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(Escrito alguna tarde de invierno entre 1992 y 1994, partiendo hacia Uruguay, para trabajar en la Universidad de la República, como experto de la Comisión Nacional de Energía Atómica.)
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