miércoles, 29 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (18)

Camión antiguoImage by LuisJouJR via Flickr
HISTORIAS DE PAPAS (18)
Cuando se me ocurrió escribir sobre el tema de las papas, no pensé que podría encontrar mucho material en mi memoria, pero cada dos o tres días me acuerdo de algo al respecto. Como salto mental lógico desde la papa “mágica”, la cual según algunos había sido la base de la fortuna de su dueño, me viene a la memoria otro hecho risueño también ocurrido en mi pueblo. Porque estas pequeñas historias de pueblos nutren nuestra cultura y en suma son parte de la historia de esta parte de la humanidad.
En mi pueblo hubo más de uno que vendía papas y uno de ellos era mayorista. Este señor, a quien llamaremos el “gallego” López, también tenía camiones, al igual que el gringo de nuestra historia anterior. Pero este vendía papas “de a bolsa”, por lo que de poco le hubiese servido la papa “mágica” para hacer dinero.
El gallego traía bolsas de papa con sus camiones, las acopiaba bajo techo en un tinglado que había en el patio de su casa y las distribuía a revendedores de la zona. Ocurrió que desde un tiempo en adelante comenzó a recibir quejas por la aparición de excesivas papas machucadas, lo cual no era normal dado que provenían del mismo lugar de siempre y eran tratadas igual que siempre.
El tema era raro y el gallego estaba preocupado. Porque de los españoles, o “gallegos” podrán decirse muchas cosas, pero respecto a su responsabilidad con la tarea comprometida, o con la palabra empeñada, “...ni esto!”
Cavilando sobre las posibles causas andaba el gallego un medio día, cuando desde una de las ventanas de la casa que daba hacia el patio trasero, observó un brillo fuerte que le llamó la atención. Aguzó los sentidos y vio que una vecina de la misma manzana, desde el fondo de su patio hacía señas con un espejito, reflejando los rayos del sol.
Algunos rayos le dieron directamente a el, encegueciéndolo momentáneamente, por lo que calculó que las señas venían hacia la casa de uno de sus vecinos contiguos. Y no le erró: casi de inmediato por sobre el corralón que cercaba su patio asomó la cabeza Hermelindo Guerra, vecino y muy amigo suyo. Hermelindo miró detenidamente en derredor sin darse cuenta de que el gallego lo observaba desde el interior de la casa. Creyendo que no lo veía nadie, saltó al patio del gallego, corrió hacia el tinglado, subió a la pila de bolsas de papa y desde allí saltó hacia la casa de la vecina que había hecho las señas con el espejito.
Así es que el gallego vino a enterarse de golpe de dos cosas: primero, que su amigo Hermelindo era “pata de lana”(1) y “gorreaba”(2) al vecino del fondo cuando este no estaba. Segundo, que Hermelindo era quien le machucaba las papas al pisar las bolsas.
El gallego pasó varios días vacilando y pensando como decirle a Hermelindo que no le pisara las papas. Hasta pensó poner una escalera para facilitarle la “tarea” al amigo y salvar sus papas. En eso estaba, hasta que acertó a contarle el hecho a otro amigo común y fue allí que decidieron jugarle una broma al pícaro.
Estudiaron mejor los movimientos de los amantes y vieron que en algunas oportunidades se encontraban al medio día y otras veces las papas eran pisoteadas al oscurecer. El gallego y su otro amigo tomaron varios cartuchos de escopeta calibre .16, los prepararon sacándole las municiones y los tacos y acordaron esperar a Hermelindo en el próximo atardecer amatorio.
Cuando Hermelindo hizo el viaje de ida, el gallego llamó a su amigo y este vino enseguida, apostándose ambos en el fondo del patio tras unos cajones y esperando el regreso de esta nueva versión de Casanova, manejada a espejo. Ni bien este, en la penumbra del atardecer avanzado, saltó del corralón a las bolsas de papa y de estas a tierra, le dispararon el primer tiro de fogueo.
Para quien no lo sepa, el estampido de un cartucho de escopeta sin munición, no se por qué, es mucho más fuerte que con munición. Por otra parte, el estampido de un escopetazo calibre .16 no es poca cosa y debe ser mucho más amedrentador si uno es sorprendido por el mismo, rebotando entre las cuatro paredes de un patio.
Dentro del susto, el “pisador de papas” (...y también “pisador de varillas”, como suele llamarse en la zona a los “pata de lana”) reaccionó bien, porque pensando que el disparo se lo había hecho el gallego al confundirlo con un ladrón, medio en sordina le gritó:
     
- “No tirés, gallego, que soy Hermelindo!”

A lo cual el gallego le respondió con tono amenazante, mientras le hacía otros dos disparos:
     
- “Ah! ¿Con que eres lindo…?!”

Hermelindo, que a esta altura de los hechos estaba congelado en su sitio, solo atinó a responder casi en un susurro:
     
- “No, gallego! Soy Guerra…!”

Y el gallego, estirando la broma hasta casi los límites del infarto, le gritó:
     
- “Que quieres guerra..? Pues la tendrás, coño!”, mientras le hacía dos disparos más.
Ni siquiera las carcajadas del cómplice del gallego hacían que Hermelindo recobrase sus movimientos. Pero dicen que cuando llegaron los primeros vecinos que acudieron al oír los disparos, entre ellos la señora de Hermelindo, los amigos ya habían ayudado a este a saltar el corralón hacia su casa. Aunque siempre les quedó la duda de como Hermelindo habrá explicado en su casa el estado de su ropa interior.
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(1) "Pata de lana" (y también "pata de bolsa") se llama a quienes tienen amoríos con mujeres casadas. El nombre deriva del hecho de que en algunos casos y para no dejar oir sus pisadas, se envuelven los pies en trapos, bolsas de arpillera, o directamente lana de ovejas.
(2) "gorrear" se utiliza en sentido de ser co-autor de la infidelidad de una persona casada. El término es muy rebuscado y provendría de que al cónyuge engañado se lo denomina "cornudo." De allí que en algunas ocasiones, al "cornudo" suelen hacerle la broma pesada de intentar colgarle una gorra en los "cuernos." De este hecho deriva el término "gorrear";  algo así como amagar, o amenazar con la gorra.
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domingo, 26 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (17)

Boiled Potatoes (Vitelotte) (shucked and not).Image via Wikipedia
Vitelotte
HISTORIAS DE PAPAS (17)
En este ir y venir por los caminos de la mente buscando recuerdos de historias vinculadas a las papas, en varias oportunidades se me presentó la imagen de una persona de mi pueblo. En principio no encontré vínculos entre esta y mi tema central. Los primeros recuerdos de ella me lo traían como un camionero. Durante mi adolescencia, este hombre tuvo una de las principales flotas de camiones de la zona. Pero allí se terminaban mis recuerdos respecto a este “gringo”, como solemos denominar en Argentina a los provenientes de Italia; pese a que en principio este término no fue acuñado en nuestro país, ni fue aplicado  los italianos, sino a los británicos.
Comenté el caso con un amigo del pueblo, quien está al tanto de mis andanzas literarias y de las otras, pues me extrañaba la aparición casi sistemática de la imagen de este gringo, cada vez que retomaba el hilo de las historias de papas.
     
- “La papa mágica de fulano!!”  - fue su exclamación espontánea, mencionando a esa persona y antes de reírse a carcajadas.

- “No conocés la historia?”, me preguntó enseguida.

Ante mi negativa, comenzó a narrarla. En realidad, si alguna vez tuve conocimiento de ella, probablemente no le di la trascendencia que debí darle para que se grabara en mi mente. Pero también es muy probable que en el subconsciente estuviese dando vueltas buscando aflorar. De una u otra forma lo hizo y aquí está.
El “gringo” fulano, a quien podríamos llamarlo Di Rocco, Di Marco, Di Fonzo, Di Francesco, Di Salvatore, Di Benedetto, Di Blasio,  cualquier otro apellido inconfundiblemente identificado con la península itálica, era uno de los tantos inmigrantes que en distintas oportunidades se afincaron en mi pueblo y trabajaron como el que más. Porque la gran mayoría de ellos, ya sea por su educación temprana o por las miserias padecidas en sus países de origen, tenían un apego al trabajo que a veces parecía enfermizo. Y muchos de ellos también tenían “algo más.”
Este gringo se estableció en mi pueblo con un pequeño comercio, mezcla de verdulería, frutería y forraje. A partir de la posguerra inmediata y al menos  durante una década, la Argentina pasó por una época económicamente buena. Y este gringo comenzó a prosperar, metiendo en su “boliche” horas, esfuerzo, alma y “algo más.”
Durante cualquier época económicamente estable como la que hablamos, comprar barato y vender caro ha sido la premisa general que permite evolucionar favorablemente en un comercio. Y si encima se tiene “algo más”, entonces la evolución puede ser notable. El “algo más” de nuestro gringo se había materializado en una papa común y corriente, aunque notablemente grande.
Muchos de sus amigos terminaron denominándola “la papa mágica”, mientras otros la llamaron “la papa de la fortuna.” Inclusive no faltaron unos cuantos maliciosos que no dudaban en asegurar que sin esa papa, el gringo no hubiese podido comprar todos los camiones que ya tenía durante mi adolescencia.
Y dónde radicaba la “magia” de esa papa?  Muy sencillo, para quienes como nuestro gringo, tienen ese “algo más.” El lugar de esa gran papa, la que en realidad no era única, sino que iba siendo remplazada cuando su estado de deterioro así lo requería, era un estante bajo el mostrador, al lado de la balanza en la cual se pesaban todas las mercaderías vendidas al menudeo.
Cada vez que alguien compraba unos kilos de papas, el gringo las pesaba en la consabida balanza. Quien esté práctico en estos menesteres, difícilmente equivoque el peso por más de cien o doscientos gramos y allí estaba el “algo más” de este hombre, preparando el terreno para que la papa “mágica” entrase en acción.
Cualquiera fuese la cantidad de papas que le pidiesen, ya fuesen uno, dos, tres o cinco kilos, el gringo tenía buen cuidado de poner en la balanza algún centenar de gramos menos del peso requerido. Quien esté habituado a las compras de la casa, probablemente ya se haya dado cuenta cómo se estila pesar las papas en una verdulería de barrio donde estas no se venden en bolsitas previamente pesadas, como se hace en los grandes mercados. El verdulero pone una cantidad en la balanza y si el peso es mayor al requerido saca una y viceversa.
En el caso de nuestro gringo siempre era “viceversa.” O sea que siempre faltaba algo para llegar al kilaje solicitado por el comprador. Entonces y en una hábil maniobra, el gringo tomaba su papa “mágica” y la ponía en la balanza como para completar el peso justo, aunque a sabiendas de que el mismo superaría ampliamente lo solicitado.
Entonces manifestaba expresamente haberse excedido y una vez que el comprador verificaba el exceso de peso, en otra maniobra aún más hábil y rápida sacaba la papa “mágica” de la balanza, la reemplazaba por otra muy pequeñita que ni por asomo compensaba el peso faltante y sin dejar que la balanza se estabilizara, entregaba la mercadería al comprador. A todo esto y dada la celeridad de toda la maniobra distractiva, este último aún conservaba en sus retinas y en su mente, el exceso de peso logrado con la papa “mágica”, por lo cual pagaba y se iba tranquilamente.
Mientras los más benévolos aseguraban no menos de doscientos gramos de ganancia extra en cada venta de papas, otros, quizá exagerando, llegaban a mencionar hasta cuatrocientos gramos por venta. De resultas de esto, por ejemplo, una bolsa de papas de cuarenta kilogramos fraccionada en veinte ventas de dos kilos cada una, se convertía en una bolsa “virtual” de cuarenta y cuatro a cuarenta y ocho kilos. O sea que nuestro gringo obtenía entre un diez y un veinte por ciento de ganancia extra por la venta de papas al menudeo, gracias a su "papa mágica” (...y a su “...algo más!”)

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viernes, 24 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (16)

Potatoes grown in DiengImage via Wikipedia
Desde América a China
HISTORIAS DE PAPAS (16)
Y la introducción del cuento previo, viene a propósito para la anécdota de un camionero que durante la temporada de cosecha de papas en Balcarce, debía pasar con mucha frecuencia por un puesto de la policía caminera, llevando su carga de papas hacia algún otro punto de la provincia. Al pasar por allí la primera vez de la temporada, en la caminera lo pararon como era de rigor y sin muchos preámbulos le dijeron que tenía que dejar dos o tres bolsas de papa.

Resignado y sabedor de cómo son esas cosas, el camionero se dispuso a bajar las bolsas, pero el policía le dijo:
     
- “Nó! Pará! ¿Estás loco? ¿Cómo las vas a bajar aquí? Seguí hasta la primera salida a la derecha, hacé un par de cuadras y en la esquina hay un boliche. Bajalas ahí!”

Al ir llegando el camionero al lugar indicado, vio que afuera del boliche había una pila como de veinte o treinta bolsas de papa nueva. Como eran muchos los camiones que esos días estaban fleteando papa y pasaban por esa caminera, este intuyó que todas esas bolsas serían la coima del día y se le prendió la lamparita. Bajó en el boliche, desde donde al ver el camión ya salía una persona a recibirlo, a la cual le dijo muy seguro:
     
- “Me mandan los milicos de la caminera a buscar las papas.”
Lo dijo tan convencido, que el mismo bolichero le ayudó a cargar las bolsas al camión, porque no le había errado: eran papas coimeadas esa mañana. Luego de ello se fue sus papas y con las papas “rescatadas”. Obviamente, por mucho tiempo trató de no pasar frente a ese puesto caminero. O sea que podríamos concluir con aquél viejo y famoso dicho popular que reza:
     
- “Vaya un pollo por tantas gallinas!”
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lunes, 20 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (15)

Trucks in Spain. Most Volvos, some Scanias and...Image via Wikipedia
HISTORIA DE PAPAS (15)
Retorno desde las papas de Idaho a las papas de la provincia de Buenos Aires, con el recuerdo de una anécdota que circuló tiempo atrás entre los camioneros conocidos. Los camioneros de Argentina, entre otras molestias tales como las rutas inadecuadas para el porte y la potencia de los camiones actuales y el tránsito cada vez más congestionado por lo inadecuado de las rutas y por los tipos que comprándose un auto en cuotas, se suben sin saber las normas de tránsito elementales y solo saben ir “para adelante”, también deben bancarse algunas de las “camineras.”
Los puestos de la policía caminera de algunas partes del país, suelen ser un escollo difícil de superar para el camionero novel, o para aquél que cree llevar todo en regla y se pone duro. Porque es tal el hábito de pedir algo, que si un camionero principiante esgrime sus derechos, seguramente le buscarán la pata a la sota para joderlo de algún modo. Pero los conocedores, los que llevan mucho tiempo en "la huella", saben con qué bueyes aran y los tratan en consecuencia. No se crean que disponen de sumas importantes para sortear la dificultad. Para nada! Disponen de la astucia y del conocimiento básico de la sicología de quien tienen enfrente para lidiar.
Recuerdo una oportunidad en la que viajaba a mi pueblo desde Buenos Aires, aprovechando la bonhomía de un amigo que manejaba el camión de una empresa de allá. Salimos de Buenos Aires ya de noche y en una de las habituales paradas a controlar los neumáticos, este amigo se bajó con el palo de pegarle a las cubiertas para ver si estaban bien infladas y con una linterna. La linterna encendió pobremente un instante y enseguida su luz claudicó, agotadas las pilas.
Mientras seguía su ritual de tantear los neumáticos con el palo, este amigo me indicó donde tenía pilas nuevas para que yo hiciese el favor de cambiarlas. Al regresar el a la cabina, me preguntó por las pilas viejas, se las alcancé y mientras las ponía a mano sobre el panel de instrumentos, me dijo:

- “Con estas arreglo a los milicos de la caminera.”

- “Vos estás loco! Cómo le vas a dar esas pilas agotadas?”

- “No te hagás problema. Viniendo de arriba, estos agarran hasta granizo!”, recuerdo que me respondió.

Y efectivamente, al llegar a un puesto de la policía caminera, ni siquiera hizo falta bajarse del camión. Un policía se asomó por la ventanilla, saludó y mi amigo le dijo algo así como:

- “Te traje algo. Mirá! Con estas pilas tenés para escuchar la radio una semana, por lo menos!” y se las alcanzó.

Para mi asombro y corroborando la experiencia de mi amigo, agradeció el tipo, saludó y nosotros seguimos viaje lo más campantes. Entonces le dije:
     
- “A la vuelta estos te van a hacer la vida imposible!”, a lo que el me respondió:

- “¿Sabés las basuras que les doy en cada pasada? Estos, con tal de agarrar, manotean cualquier cosa y en el montón del día no tienen ni idea de quien les dio tanta porquería!”

Y este tema de las "camineras" me da pie para vincular las camineras a las historias de papas, como veremos en la entrada próxima.
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domingo, 19 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (14)

Idaho's State SealImage via Wikipedia
HISTORIAS DE PAPAS (14)
Hay otra historia mucho más reciente y también vinculada a las papas, la cual circuló por Internet poco después del desgraciado 11 de Septiembre del 2.001 y obviamente, se desarrolla en “el  gran país del norte.” Esta historia daba cuenta de los pesares de Ibrahim, viejo árabe que desde hacía 40 años vivía en el estado de Idaho, en U.S.A., donde las plantaciones de papas son importantes.
Como no podía ser de otro modo, este anciano estaba habituado a plantar papas en su granja. Pero a su edad, preparar la tierra para ello ya se tornaba un trabajo muy pesado. Entonces su único hijo, Alí, quien estaba estudiando en una universidad de Europa, recibió el siguiente mail de su padre:
     
- “Querido Alí, me siento mal porque ya no voy a poder plantar papas este año en nuestra granja, como siempre lo hice. Estoy muy viejo para roturar la tierra. Si estuvieras aquí, todos mis problemas desaparecerían. Sé que tú lo harías para mí. Te quiere mucho, papá Ibrahim.”
     
A las pocas horas el anciano recibió el siguiente mail de su hijo:
     
- “Querido Ibrahim, por Alá y por todo lo que más quieras, no des vuelta la tierra de la granja! Allí es donde tengo escondido “aquello.” Te quiere, Alí.”
     
A las 4 a.m. de la siguiente mañana, en la granja irrumpieron agentes de la policía del condado, del FBI, de la CIA y representantes del Pentágono, con una parafernalia de máquinas de todo tipo. En poco tiempo dieron vuelta toda la tierra hasta una profundidad importante, buscando materiales para construir armas de destrucción masiva, depósitos de ántrax, Uranio enriquecido, Plutonio y todo lo que su floreciente imaginación les dictaba en ese momento. Luego de mucho trabajo no encontraron nada y se fueron.
     
Ese mismo día, el anciano recibió otro mail de su hijo, quien le decía:
     
- “Querido Ibrahim, seguramente los agentes del gobierno habrán dejado la tierra de la granja como para plantar las papas. Fue lo más práctico que pude hacer, dadas las circunstancias. Te quiere, Alí.”
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jueves, 16 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (13)

Papas coloradas Solanum tuberosum andigena can...Image via Wikipedia
HISTORIAS DE PAPAS (13)
Ese día en que la llegada de papas nuevas a la barraca había sido particularmente abundante, con Oscar y los demás llevábamos varias horas al trote desde el portón hasta las estibas, las que iban creciendo desde el fondo del galpón hacia frente. El único aliciente que esto nos daba, era el de tener la certeza de que cuanto más cansados estuviésemos, las estibas iban a estar más cerca del portón. Pero nada más, porque el ritmo del trote desde el camión a la estiba y desde la estiba al camión, aunque no estuviese marcado por el tambor que animaba a los antiguos galeotes, no variaba en lo más mínimo.
En esa rutina estábamos, siempre tratando de inventar alguna chanza verbal que nos animase mutuamente entre quienes de ida y vuelta nos íbamos cruzando por el camino, del mismo modo en que las hormigas se frotan las antenas al cruzarse en sus senderos. Y entonces, cuando en una de esas trotaba “vacío” hacia el camión con Oscar pisándome los talones, al cruzarnos con “dos pollos”, quien como nosotros estaba cubierto de barro y venía doblado bajo el peso de una bolsa particularmente grande, por decir algo Oscar me gritó:
     
-  “...Che petizo, qué habrá adentro de estas bolsas..?”
     
Y “dos pollos”, escuchándolo sin que las escasas sinapsis de sus pocas neuronas pudiesen discernir la broma, detuvo su trote, se dio vuelta hacia nosotros que ya estábamos llegando al camión y como si hiciese falta aclararlo, gritó con la voz apretada por el esfuerzo y el cansancio:
     
- “Papa..! Qué va´ haber..!?”

Sin haberlo visto, podría jurar que hasta el viejo Marcos soltó la risa.

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martes, 14 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (12)

Tour de Bretagne 2006, Camion Ancien un ScaniaImage by BreesyBreizh via Flickr
Viejo Camión Scania
HISTORIAS DE PAPAS (12)
En el hilván de recuerdos de esta índole, rememoro especialmente una mañana en la cual a la pensión habían pedido changarines para la barraca. Allá fuimos Oscar y yo, sin saber qué nos tocaría hacer. Oscar era un tipo macanudo, fuera de serie, buen estudiante, quien hizo su carrera realizando trabajos pesados como estos. Además tenía un fino sentido del humor y eso vale tanto en su recuerdo, como lo que valía para alentarnos durante esas interminables horas de esfuerzo continuo. Al dar vuelta la esquina nomás, vimos que el día no sería fácil. Varios Scania 75 (el camión más grande de aquélla época) con sus respectivos acoplados de tres ejes, aguardaban estacionados sobre Lavalle con su cargamento de papas. Ya adentro, nos enteramos que durante el día llegarían otros camiones más desde Balcarce. Enseguida, mientras nos colocábamos sobre la cabeza y los hombros una improvisada capa hecha con una bolsa vacía, atracó el primer camión al portón del galpón, alguno del grupo se subió a alcanzar bolsas y comenzamos la jornada.
Me acuerdo que entre el personal “casi estable” de la barraca había uno de apellido Serón que había boxeado en el Salón de los Deportes, a no más de dos cuadras de allí, sobre la calle Soler. Serón, quien nunca había sido un estilista ni mucho menos, sino apenas un tipo con mucha voluntad y mucha resistencia física, era llamado a pelear cada vez que hacía falta un relleno, o alguien que no tuviese miedo de enfrentar a algún púgil en ascenso a cuyo curriculum había que sumarle victorias fáciles para alentar el futuro del “business.”
Al igual que nosotros cuando nos llamaban desde la barraca, a Serón lo llamaban desde el Salón de los Deportes cuando la cosa no iba a ser fácil. Y su cara deformada, era un elocuente muestrario de los sopapos que había aguantado por el precio equivalente de “dos tortas negras.” También ese día había sido convocado a la changa un muchachito cuyo nombre no recuerdo, muy voluntario pero bastante falto de neuronas, medio tontón y a quien apodaban “dos pollos”, porque era el equivalente de “medio pavo.”
El asunto es que cuando terminábamos de descargar un chasis, descansábamos apenas los treinta o cuarenta segundos que tardaba el chofer en correr el equipo hasta que la puerta del acoplado enfrentase la puerta del galpón ...y a meterle otra vez a las papas! La descargada de bolsas de papa no se sufría por el peso, ya que en el peor de los casos estas no superaban los cuarenta kilos, contra los sesenta o más que en su época pesaban las bolsas de maíz o los incalculables kilos de las de avena, cuando estas eran bolsas que habían sido usadas varias veces y estaban muy estiradas.
Pero hombrear bolsas de papa tenía dos molestias fundamentales. La primera era que casi siempre todo el peso de la bolsa se apoyaba en el hombro sobre una o dos papas solamente y en el ritmo del trabajo no se podía perder tiempo acomodándola. Menos aún bajo el ojo atento y siempre serio del viejo Marcos. La otra molestia, la más brava para mi gusto de persona “transpiradora”, era que una parte importante de la tierra suelta que inevitablemente caía de las bolsas, nos iba cubriendo de la cabeza a los pies y se iba haciendo un barro pegajoso al humedecerse con la transpiración que a los pocos minutos de trabajo nos empezaba a bañar, aún en invierno.
Y ese barro iba deslizándose mansamente hacia abajo al ritmo de nuestros músculos, metiéndose implacable en todos los pliegues imaginables de nuestros cuerpos. Recuerdo que al regresar a la pensión y mirarme al espejo luego de alguna de estas “jornadas de papa al hombro”, solo veía mis ojos y mis dientes blanqueando tras un fondo oscuro, como si me hubiese tiznado la cara con un corcho al mejor estilo de Al Johnson.

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--- HISTORIAS DE PAPAS (11)

Coat of Arms, City of Bahía BlancaImage via Wikipedia
Escudo de Bahía Blanca
HISTORIAS DE PAPAS (11)
Entre estas elucubraciones acerca de las papas, me viene a la memoria un recuerdo de mi primera juventud, cuando estudiaba Geología en la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca y vivía en la que en aquél entonces era la famosa pensión “El Gaucho”. Esta se ubicaba en una gran casa antigua de la calle Dorrego, en el número 378. Casi donde esta calle, por ironía del destino y quien sabe por qué criterio de quienes bautizaron las calles de esa ciudad, se cruza con la calle Lavalle.
Dorrego y Lavalle se encuentran todos los días en esa esquina, quizá rememorando el trágico y descabellado encuentro de ambos en aquel fatídico 13 de Diciembre de 1.828, cuando se comenzó a teñir con sangre de verdaderos hermanos la historia de los argentinos. Lavalle, el mismo héroe indudable del Ejército de los Andes como fue su fama, aunque siempre corto de entendederas, como también fue su fama, circunstancialmente tuvo el poder del país por poco tiempo.
Pero estaba tan enceguecido por el sutil “meloneo” de los “casacas negras”, como el mismo Lavalle denominó veinte años después a los unitarios leguleyos que interesadamente lo usaron, haciéndole gastar su heroica vida luchando contra la verdadera argentinidad. De ese modo y entre otras cosas en virtud de una pérfida carta escrita por Salvador María del Carril a propósito de la detención de Dorrego, hasta ese momento Gobernador de Buenos Aires, ordenó el fusilamiento de este pasando a simbolizar hasta hoy los desencuentros internos que signaron a la Argentina desde entonces.
En esa pensión nos mezclábamos conviviendo estudiantes pobres, artesanos de oficios diversos y jornaleros sin oficio. Entre estos últimos había varios que se ganaban la vida changueando en el puerto y en las barracas de la zona. Porque en la vecindad de esa pensión que hoy puede decirse que está casi en pleno centro bahiense, en aquél entonces había algunas barracas de forrajes y acopiadoras de granos; la barraca de Segatori era una de ellas y la de Marcos Raijer era otra; las que no se si siguen estando allí. Ambas tenían algún número de obreros casi permanentes, pero el circunstancial mayor movimiento de mercadería en ellas durante algunas ocasiones especiales, hacía que tuvieran que recurrir al empleo de changarines por uno o dos días. Y allí íbamos nosotros, los estudiantes pobres.
Adonde yo habitualmente concurría, era a la barraca de Marcos Raijer, ubicada sobre Lavalle, apenas a media cuadra de la pensión y a media cuadra de la asociación vasca, donde de noche cantaba en su coro. Como el viejo Marcos se dedicaba a negocios con forraje y papas, a veces solían llegar juntos muchos camiones cargados de avena, maíz o papas y había que descargarlos en el mismo día. Entonces alguno de los jornaleros que vivían en la pensión, venía a buscarnos para que ese día nos ganásemos "la changa."
Sabíamos que esos eran días especiales, de “garrón acalambrado”, como solíamos decir. Porque la urgencia de los camioneros forasteros para descargar e irse, nos impedía parar al medio día y algunas veces solíamos estar desde muy temprano a la mañana hasta pasadas las nueve de la noche, trotando bajo el peso de las bolsas, muchas veces con las piernas al borde de la desesperación. Pocas veces el trabajo era mucho más liviano y ello solo ocurría cuando el viejo Marcos no había podido vender todas las papas a tiempo.  Entonces había que vaciar las bolsas en el piso del galpón y clasificar las papas, para computar la merma por deshidratación y pudrición.
Entonces se sacaban las papas podridas, las que dicho sea de paso dejaban en las manos y en lo profundo del olfato, un olor nauseabundo que tardaba varios días en desaparecer (porque en esa época, trabajar con guantes no se veía ni en las películas). Se llenaban y pesaban las bolsas para computar la merma. Merma que luego sería cargada al precio de la papa, el cual crecía en la misma medida en que iba desapareciendo del mercado la papa nueva. Luego las bolsas se estibaban nuevamente. Pero en estos casos, salvo la mirada imperturbable y siempre seria del viejo Marcos, no nos corría nadie.
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domingo, 12 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (10)

Bottles of Monte Xanic wineImage via Wikipedia
HISTORIAS DE PAPAS (10)
Y entre vino y vino se sirvió un par de platos más, porque su hambre histórica se imponía por sobre todo. Mientras tanto el vino comenzaba a hacer su efecto y la desinhibición empezó a soltarle más y más la lengua; inclusive llegó al punto de acordarse el mismo del malogrado asunto de la papa del medio día, el que hasta un rato antes le hacía cosquillas feas en la panza al recordarlo. Fue entonces cuando el mismo criollo que al medio día le había alcanzado el jarro de agua fresca, pidió a sus compañeros que no le diesen más vino. Pero ya era tarde.
Este criollo salió con el para acompañarlo hasta su pieza, porque se dio cuenta de que el solito no podría llegar hasta ella. Y al ver que el mareo del muchachito ya había alcanzado la dimensión de una descompostura machaza, lo llevó del brazo hasta el monte de eucalyptus que había detrás de las piezas, recomendándole:
     
- “Haga un esfuerzo y largue todo, amigo, así se va a sentir mejor!”

No hizo falta que el hombre le repitiese el consejo, porque ni bien se apoyó en un árbol y se inclinó, aspiró fuerte y todo el revoltijo que sentía en el estómago le empezó a subir y a salir casi solo, mientras su cabeza parecía darle vueltas en un remolino indetenible. Pero en medio de la borrachera, la primera de su vida, por instantes se mezclaba un chispazo de lucidez, recordándole que lo que le había hecho mal era el vino y no las papas al horno. Cómo le iban a hacer mal esas papas?  Si no fuse por el vino que había tomado, esas papas estaban por permitirle acostarse con la panza bien llena, quizá también por primera vez en su vida!
Sería entonces por eso, que al otro día el criollo que lo había acompañado a la arboleda a la noche, juraba que entre regurgitación y regurgitación, el muchachito había repetido como en un lamento:
     
- “...las papas nooo! ...las papas nooo!”
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sábado, 11 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (9)

TeroImage by blfotografia via Flickr
HISTORIAS DE PAPAS (9)
Pasado el apuro de la papa caliente, nuestro muchachito inició la tarde entre las bromas de los
peones con los que se cruzó en sus tareas, quienes enseguida habían incorporado la anécdota de la papa al acervo de las historias simples con las que alegraban sus eglógicas vidas. A media tarde el patrón apareció de nuevo, salió en el auto a recorrer los potreros de los novillos y lo llevó para abrir las tranqueras.
Seguro que el patrón no sabía nada lo de la papa, porque no le hizo ninguna broma y ni siquiera le mencionó el tema. Era bueno el patrón, quien trató de enseñarle a encontrar nidos de tero. Mientras un cazal de teros revoloteaba sobre el auto, le indicó que fuese hasta un lugar próximo, entre un cardo y una bosta de vaca, donde seguramente estaba el nido. Caminó hacia el lugar, pero el feroz ataque de los teros, como si fuesen pequeños bombarderos en picada, le hizo regresar al auto perdiendo una alpargata de puro apurado y asustado. Entre las risas del patrón se arrimaron en el auto; primero a buscar la alpargata y luego hasta el lugar indicado, donde estaba nomás el nido. Un pequeño y simple hoyo en el suelo, con dos huevos bien cónicos, de color verde “yerba” salpicados de oscuro.
Al caer la tarde no daba más de cansancio. Ya oscureciendo se arrimó otra vez a la matera, donde la charla obligada fue el tema de la bendita papa del medio día y la aventura de los teros, que el patrón había comentado "como al pasar", con uno de los mensuales.Todavía no alcanzaba a comprender si las cargadas de los otros le desagradaban o le gustaban, cuando el recuerdo de una tarea pendiente le permitió zafar elegantemente del centro de la atención. 

- “Tengo que ir al molino a buscar el agua!”, dijo. Y salió corriendo hacia la cocina para agarrar el balde, mientras alcanzó a escuchar que uno de los paisanos le gritaba: 

- “Tené cuidado con los teros!”

Regresó al comedor más tranquilo que al medio día. Asimiló alguna cargada más y comenzó a comer un asado al horno con papas como nunca había probado en su vida. Promediando su primer plato, no faltó el compañero que medio por broma, de su botella le sirvió un poco de vino. Nunca en sus poco más de doce años había tomado vino y no sabía que hacer. Su fuero de niño aún, le decía que no tomara. De golpe le volvían a la cabeza las recomendaciones de su madre y sin encontrar en ellas alguna palabra al respecto, escuchó la voz de quien le había convidado, que le decía: 

- “Tome, amigo, hágase hombre!”
     
Y el quería hacerse hombre! Cómo no iba a querer ser uno más, entre tantos compañeros! ¿Acaso todo lo que había hecho durante el día, salvo disparar asustado de los teros, no habían sido “cosas de hombre”? Claro que sí! Y si los hombres tomaban vino con las comidas, entonces el también podía tomar, qué embromar! Y tomó. Vaya si tomó! Porque al primer medio vaso siguió otro medio, servido por otro criollo que no quiso ser menos y así su vaso no alcanzó a estar vacío por un buen rato. --- Continúa...
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viernes, 10 de septiembre de 2010

--- HISTORIAS DE PAPAS (8)

Olla de papas cocidasImage via Wikipedia
HISTORIAS DE PAPAS (8)
Lleno ya el balde de agua en el molino, escuchó los tañidos de la campana de la cocina y corrió hacia el comedor llegando con las alpargatas mojadas por las salpicaduras. Justo en ese momento la cocinera traía a la mesa un estofado de carne y papas recién retirado del fuego y al ver la olla se desesperó.
Nunca en su vida de muy pobre recordaba haberse llenado en serio comiendo. Y al ir a sentarse en el lugar vacío que justo quedaba frente a la olla destapada, no aguantó más, manoteó una papa y se la metió en la boca. Todo ocurrió en un instante: manotear la papa hirviendo, morderla, escupirla desesperado por la quemadura, caer esta de nuevo en la olla y ser fulminado por la mirada de los demás comensales.
Esas miradas le hacían retroceder a sus temores iniciales, muy temprano a la mañana, cuando recién había llegado al campo. De golpe se sintió aún más niño y más solo que entonces, mientras un “abatatamiento” enorme y muy feo le subía desde lo más profundo y lo dejaba mudo y paralizado.
Quiso disparar hacia afuera y no pudo mover las piernas. Quiso llorar y tampoco pudo. La quemadura le hacía abrir la boca, pero no tenía palabras. Mientras tanto y por suerte, un criollo buenazo le alcanzaba un jarro de agua fresca.
Después de tomar unos tragos, el dolor inicial aflojó, le volvió el alma al cuerpo y la voz le brotó de nuevo, aunque todavía desvinculada de la razón. Porque como para romper el silencio que aún campeaba en el comedor, miró en derredor y señalando la olla, dijo sonriendo a sus compañeros de mesa:
- “Adivinen cuál es..!”
Continua...
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lunes, 6 de septiembre de 2010

--- HISTORIA DE PAPAS (7)

molino de vientoImage via Wikipedia
HISTORIAS DE PAPAS (7)
Regreso al muchachito de esta historia. Este llegó al campo temprano en el auto del patrón, quien lo trajo desde el pueblo. No conocía a nadie y se sintió muy solo por primera vez en su corta vida. Sus hermanos y sus amigos estaban lejos. Su padre estaba trabajando en otro campo que vaya a saber donde quedaba. Solo seguía a su lado el cálido recuerdo de las palabras de su madre, recomendándole:
     
- “…portate bien y hacé caso!”
     
Esa primera mañana hizo de todo, a medida que le fueron enseñando. Llevó las vacas lecheras hasta el potrero después de ser ordeñadas, conociendo con dolor lo que eran los “abrepuños” cuando sus espinas le bandearon las alpargatas y le sacaron sangre, metiéndose casi hasta el hueso en ese dedo gordo que hasta el momento pisaba descuidado. Luego de acarrear leña para la cocina económica Istilart, acompañó a la cocinera hasta un cuarto sombreado y bien ventilado, la carnicería de la estancia, donde todos los días tempranito, el mismo peón que ordeñaba las vacas, carneaba uno o dos capones ovinos para el consumo diario y los colgaba allí.
Ayudó a la cocinera a llevar la carne cortada hasta la cocina y así fue pasando su primera mañana sin cansarse, porque a una novedad seguía otra y otra. Hasta le habían dejado montar un ratito el tordillo de la cabaña, manso y buenazo, mientras este tiraba a la cincha un carro de pértigo cargado de plantas de maíz recién guadañadas, para darles verdeo a los carneros de pedigrée a galpón. Cada peón que lo cruzó en alguna parte le dijo algo amable o gracioso, lo que lo hizo sentir menos solo. Así, la angustia de la primera hora comenzaba dar lugar a un sentimiento placentero que ya casi lo hacía sentirse de allí, “de las casas.”
Poco antes del medio día, alguno de los tantos peones lo rumbeó con el hacia la matera, donde todos se juntaban esperando los campanazos con los que la cocinera partía el día en dos, llamándolos a almorzar. Al ir al comedor con todos, se enteró de golpe de otra de sus tareas:
     
- “Dónde te habías metido? Le preguntó la cocinera entre apurones (…porque en el mundo no hay nadie más apurado que una cocinera, unos minutos antes del medio día!), mientras le alcanzaba un balde de hierro galvanizado de diez litros.

- “Dale, andá hasta el molino y traélo lleno de agua fresca!” le dijo amable, pero con firmeza.

El molino quedaba a unos cincuenta metros de la cocina, al lado de la carnicería. De su canilla no salía agua. Al ver que la rueda estaba inmóvil pese a que había viento, enseguida entendió que el molino estaba cerrado (…que así se dice en el campo cuando los molinos están frenados). Tardó un poco en encontrar la palanca de madera que accionaba el freno y el aro metálico que la trababa. Hizo deslizar fácilmente el aro hacia abajo y tuvo suerte de no haberse parado delante de la palanca. Porque libre esta, al girar de golpe el molino para orientarse según el viento, la palanca saltó violentamente hacia adelante. Llenó el balde y dejó el molino "abierto", porque sus fuerzas no le daban para bajar de nuevo la palanca del freno.

continúa...
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