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HISTORIAS DE PAPAS (8)
Lleno ya el balde de agua en el molino, escuchó los tañidos de la campana de la cocina y corrió hacia el comedor llegando con las alpargatas mojadas por las salpicaduras. Justo en ese momento la cocinera traía a la mesa un estofado de carne y papas recién retirado del fuego y al ver la olla se desesperó.
Nunca en su vida de muy pobre recordaba haberse llenado en serio comiendo. Y al ir a sentarse en el lugar vacío que justo quedaba frente a la olla destapada, no aguantó más, manoteó una papa y se la metió en la boca. Todo ocurrió en un instante: manotear la papa hirviendo, morderla, escupirla desesperado por la quemadura, caer esta de nuevo en la olla y ser fulminado por la mirada de los demás comensales.
Esas miradas le hacían retroceder a sus temores iniciales, muy temprano a la mañana, cuando recién había llegado al campo. De golpe se sintió aún más niño y más solo que entonces, mientras un “abatatamiento” enorme y muy feo le subía desde lo más profundo y lo dejaba mudo y paralizado.
Quiso disparar hacia afuera y no pudo mover las piernas. Quiso llorar y tampoco pudo. La quemadura le hacía abrir la boca, pero no tenía palabras. Mientras tanto y por suerte, un criollo buenazo le alcanzaba un jarro de agua fresca.
Después de tomar unos tragos, el dolor inicial aflojó, le volvió el alma al cuerpo y la voz le brotó de nuevo, aunque todavía desvinculada de la razón. Porque como para romper el silencio que aún campeaba en el comedor, miró en derredor y señalando la olla, dijo sonriendo a sus compañeros de mesa:
- “Adivinen cuál es..!”
Nunca en su vida de muy pobre recordaba haberse llenado en serio comiendo. Y al ir a sentarse en el lugar vacío que justo quedaba frente a la olla destapada, no aguantó más, manoteó una papa y se la metió en la boca. Todo ocurrió en un instante: manotear la papa hirviendo, morderla, escupirla desesperado por la quemadura, caer esta de nuevo en la olla y ser fulminado por la mirada de los demás comensales.
Esas miradas le hacían retroceder a sus temores iniciales, muy temprano a la mañana, cuando recién había llegado al campo. De golpe se sintió aún más niño y más solo que entonces, mientras un “abatatamiento” enorme y muy feo le subía desde lo más profundo y lo dejaba mudo y paralizado.
Quiso disparar hacia afuera y no pudo mover las piernas. Quiso llorar y tampoco pudo. La quemadura le hacía abrir la boca, pero no tenía palabras. Mientras tanto y por suerte, un criollo buenazo le alcanzaba un jarro de agua fresca.
Después de tomar unos tragos, el dolor inicial aflojó, le volvió el alma al cuerpo y la voz le brotó de nuevo, aunque todavía desvinculada de la razón. Porque como para romper el silencio que aún campeaba en el comedor, miró en derredor y señalando la olla, dijo sonriendo a sus compañeros de mesa:
- “Adivinen cuál es..!”
Continua...
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