HISTORIAS DE PAPAS (18)
Cuando
se me ocurrió escribir sobre el tema de las papas, no pensé que podría
encontrar mucho material en mi memoria, pero cada dos o tres días me
acuerdo de algo al respecto. Como salto mental lógico desde la papa
“mágica”, la cual según algunos había sido la base de la fortuna de su
dueño, me viene a la memoria otro hecho risueño también ocurrido en mi
pueblo. Porque estas pequeñas historias de pueblos nutren nuestra
cultura y en suma son parte de la historia de esta parte de la
humanidad.
En mi pueblo hubo más de uno que vendía papas y uno de ellos era mayorista. Este señor, a quien llamaremos el “gallego” López, también tenía camiones, al igual que el gringo de nuestra historia anterior. Pero este vendía papas “de a bolsa”, por lo que de poco le hubiese servido la papa “mágica” para hacer dinero.
El gallego traía bolsas de papa con sus camiones, las acopiaba bajo techo en un tinglado que había en el patio de su casa y las distribuía a revendedores de la zona. Ocurrió que desde un tiempo en adelante comenzó a recibir quejas por la aparición de excesivas papas machucadas, lo cual no era normal dado que provenían del mismo lugar de siempre y eran tratadas igual que siempre.
El tema era raro y el gallego estaba preocupado. Porque de los españoles, o “gallegos” podrán decirse muchas cosas, pero respecto a su responsabilidad con la tarea comprometida, o con la palabra empeñada, “...ni esto!”
Cavilando sobre las posibles causas andaba el gallego un medio día, cuando desde una de las ventanas de la casa que daba hacia el patio trasero, observó un brillo fuerte que le llamó la atención. Aguzó los sentidos y vio que una vecina de la misma manzana, desde el fondo de su patio hacía señas con un espejito, reflejando los rayos del sol.
Algunos rayos le dieron directamente a el, encegueciéndolo momentáneamente, por lo que calculó que las señas venían hacia la casa de uno de sus vecinos contiguos. Y no le erró: casi de inmediato por sobre el corralón que cercaba su patio asomó la cabeza Hermelindo Guerra, vecino y muy amigo suyo. Hermelindo miró detenidamente en derredor sin darse cuenta de que el gallego lo observaba desde el interior de la casa. Creyendo que no lo veía nadie, saltó al patio del gallego, corrió hacia el tinglado, subió a la pila de bolsas de papa y desde allí saltó hacia la casa de la vecina que había hecho las señas con el espejito.
Así es que el gallego vino a enterarse de golpe de dos cosas: primero, que su amigo Hermelindo era “pata de lana”(1) y “gorreaba”(2) al vecino del fondo cuando este no estaba. Segundo, que Hermelindo era quien le machucaba las papas al pisar las bolsas.
El gallego pasó varios días vacilando y pensando como decirle a Hermelindo que no le pisara las papas. Hasta pensó poner una escalera para facilitarle la “tarea” al amigo y salvar sus papas. En eso estaba, hasta que acertó a contarle el hecho a otro amigo común y fue allí que decidieron jugarle una broma al pícaro.
Estudiaron mejor los movimientos de los amantes y vieron que en algunas oportunidades se encontraban al medio día y otras veces las papas eran pisoteadas al oscurecer. El gallego y su otro amigo tomaron varios cartuchos de escopeta calibre .16, los prepararon sacándole las municiones y los tacos y acordaron esperar a Hermelindo en el próximo atardecer amatorio.
Cuando Hermelindo hizo el viaje de ida, el gallego llamó a su amigo y este vino enseguida, apostándose ambos en el fondo del patio tras unos cajones y esperando el regreso de esta nueva versión de Casanova, manejada a espejo. Ni bien este, en la penumbra del atardecer avanzado, saltó del corralón a las bolsas de papa y de estas a tierra, le dispararon el primer tiro de fogueo.
Para quien no lo sepa, el estampido de un cartucho de escopeta sin munición, no se por qué, es mucho más fuerte que con munición. Por otra parte, el estampido de un escopetazo calibre .16 no es poca cosa y debe ser mucho más amedrentador si uno es sorprendido por el mismo, rebotando entre las cuatro paredes de un patio.
Dentro del susto, el “pisador de papas” (...y también “pisador de varillas”, como suele llamarse en la zona a los “pata de lana”) reaccionó bien, porque pensando que el disparo se lo había hecho el gallego al confundirlo con un ladrón, medio en sordina le gritó:
- “No tirés, gallego, que soy Hermelindo!”
A lo cual el gallego le respondió con tono amenazante, mientras le hacía otros dos disparos:
- “Ah! ¿Con que eres lindo…?!”
Hermelindo, que a esta altura de los hechos estaba congelado en su sitio, solo atinó a responder casi en un susurro:
- “No, gallego! Soy Guerra…!”
Y el gallego, estirando la broma hasta casi los límites del infarto, le gritó:
- “Que quieres guerra..? Pues la tendrás, coño!”, mientras le hacía dos disparos más.
Ni siquiera las carcajadas del cómplice del gallego hacían que Hermelindo recobrase sus movimientos. Pero dicen que cuando llegaron los primeros vecinos que acudieron al oír los disparos, entre ellos la señora de Hermelindo, los amigos ya habían ayudado a este a saltar el corralón hacia su casa. Aunque siempre les quedó la duda de como Hermelindo habrá explicado en su casa el estado de su ropa interior.
En mi pueblo hubo más de uno que vendía papas y uno de ellos era mayorista. Este señor, a quien llamaremos el “gallego” López, también tenía camiones, al igual que el gringo de nuestra historia anterior. Pero este vendía papas “de a bolsa”, por lo que de poco le hubiese servido la papa “mágica” para hacer dinero.
El gallego traía bolsas de papa con sus camiones, las acopiaba bajo techo en un tinglado que había en el patio de su casa y las distribuía a revendedores de la zona. Ocurrió que desde un tiempo en adelante comenzó a recibir quejas por la aparición de excesivas papas machucadas, lo cual no era normal dado que provenían del mismo lugar de siempre y eran tratadas igual que siempre.
El tema era raro y el gallego estaba preocupado. Porque de los españoles, o “gallegos” podrán decirse muchas cosas, pero respecto a su responsabilidad con la tarea comprometida, o con la palabra empeñada, “...ni esto!”
Cavilando sobre las posibles causas andaba el gallego un medio día, cuando desde una de las ventanas de la casa que daba hacia el patio trasero, observó un brillo fuerte que le llamó la atención. Aguzó los sentidos y vio que una vecina de la misma manzana, desde el fondo de su patio hacía señas con un espejito, reflejando los rayos del sol.
Algunos rayos le dieron directamente a el, encegueciéndolo momentáneamente, por lo que calculó que las señas venían hacia la casa de uno de sus vecinos contiguos. Y no le erró: casi de inmediato por sobre el corralón que cercaba su patio asomó la cabeza Hermelindo Guerra, vecino y muy amigo suyo. Hermelindo miró detenidamente en derredor sin darse cuenta de que el gallego lo observaba desde el interior de la casa. Creyendo que no lo veía nadie, saltó al patio del gallego, corrió hacia el tinglado, subió a la pila de bolsas de papa y desde allí saltó hacia la casa de la vecina que había hecho las señas con el espejito.
Así es que el gallego vino a enterarse de golpe de dos cosas: primero, que su amigo Hermelindo era “pata de lana”(1) y “gorreaba”(2) al vecino del fondo cuando este no estaba. Segundo, que Hermelindo era quien le machucaba las papas al pisar las bolsas.
El gallego pasó varios días vacilando y pensando como decirle a Hermelindo que no le pisara las papas. Hasta pensó poner una escalera para facilitarle la “tarea” al amigo y salvar sus papas. En eso estaba, hasta que acertó a contarle el hecho a otro amigo común y fue allí que decidieron jugarle una broma al pícaro.
Estudiaron mejor los movimientos de los amantes y vieron que en algunas oportunidades se encontraban al medio día y otras veces las papas eran pisoteadas al oscurecer. El gallego y su otro amigo tomaron varios cartuchos de escopeta calibre .16, los prepararon sacándole las municiones y los tacos y acordaron esperar a Hermelindo en el próximo atardecer amatorio.
Cuando Hermelindo hizo el viaje de ida, el gallego llamó a su amigo y este vino enseguida, apostándose ambos en el fondo del patio tras unos cajones y esperando el regreso de esta nueva versión de Casanova, manejada a espejo. Ni bien este, en la penumbra del atardecer avanzado, saltó del corralón a las bolsas de papa y de estas a tierra, le dispararon el primer tiro de fogueo.
Para quien no lo sepa, el estampido de un cartucho de escopeta sin munición, no se por qué, es mucho más fuerte que con munición. Por otra parte, el estampido de un escopetazo calibre .16 no es poca cosa y debe ser mucho más amedrentador si uno es sorprendido por el mismo, rebotando entre las cuatro paredes de un patio.
Dentro del susto, el “pisador de papas” (...y también “pisador de varillas”, como suele llamarse en la zona a los “pata de lana”) reaccionó bien, porque pensando que el disparo se lo había hecho el gallego al confundirlo con un ladrón, medio en sordina le gritó:
- “No tirés, gallego, que soy Hermelindo!”
A lo cual el gallego le respondió con tono amenazante, mientras le hacía otros dos disparos:
- “Ah! ¿Con que eres lindo…?!”
Hermelindo, que a esta altura de los hechos estaba congelado en su sitio, solo atinó a responder casi en un susurro:
- “No, gallego! Soy Guerra…!”
Y el gallego, estirando la broma hasta casi los límites del infarto, le gritó:
- “Que quieres guerra..? Pues la tendrás, coño!”, mientras le hacía dos disparos más.
Ni siquiera las carcajadas del cómplice del gallego hacían que Hermelindo recobrase sus movimientos. Pero dicen que cuando llegaron los primeros vecinos que acudieron al oír los disparos, entre ellos la señora de Hermelindo, los amigos ya habían ayudado a este a saltar el corralón hacia su casa. Aunque siempre les quedó la duda de como Hermelindo habrá explicado en su casa el estado de su ropa interior.
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(1) "Pata de lana" (y también "pata de bolsa")
se llama a quienes tienen amoríos con mujeres casadas. El nombre deriva
del hecho de que en algunos casos y para no dejar oir sus pisadas, se
envuelven los pies en trapos, bolsas de arpillera, o directamente lana
de ovejas.
(2) "gorrear" se
utiliza en sentido de ser co-autor de la infidelidad de una persona
casada. El término es muy rebuscado y provendría de que al cónyuge
engañado se lo denomina "cornudo." De allí que en algunas ocasiones, al "cornudo" suelen
hacerle la broma pesada de intentar colgarle una gorra en los
"cuernos." De este hecho deriva el término "gorrear"; algo así como
amagar, o amenazar con la gorra.
continúa...
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