En
las afueras de un pueblito de campo perdido a la orilla de la vía
férrea que va desde Bahía Blanca hasta Buenos Aires y pasa por Tres
Arroyos, un pueblito que puede llamarse como cualquiera de los tantos
que jalonan la vía cada 20 kilómetros, había un ranchito de chorizos
recién blanqueado. Con unas viejas latas de aceite afuera, contra la pared, llenas de malvones y
d
e geranios. Una bomba de mano ahí
nomás, al lado de la puerta, goteando a un piletón hecho de cemento
alisado. Con un alero tan bajito que para entrar al rancho había que
agacharse. Y bajo el alero, a la mañana tempranito, una paisanita linda,
con un par de trenzas renegridas, muy prolijas y con moñito rosa de
remate, barría el piso de tierra ligerito, apurada, como si el piso se
le fuese a escapar en cualquier momento.
Un
perro medio lanudo dormía abajo de una higuera y en un árbol atrás de
la casa, en una rama que salía casi horizontal desde el tronco, con una
soga había atada una cubierta vieja de auto como si fuese una hamaca. Un
gallo bataraz, con las plumas de la cola tornasoladas brillando al sol,
escarbaba las hojas caídas bajo el árbol y hacía barullo, esperando
que las gallinas se arrimasen a ese llamado, donde en lugar de comida
les esperaba una buena sacudida de lomo. Para completar la escena, en
una vieja glorieta de hierro que alguna vez fue pintada, reventaban los racimos de una glicina. En eso el perro
levantó la cabeza y paró una oreja como escuchando algo. La paisanita
seguía barriendo y tarareando una ranchera. Y entre tarareo y tarareo
aventuraba algunas estrofas como esas que dicen:
-"...cuando a tuitos ceba mate...
ni uno me ofrece....
si la espero en la tranquera...
no se hace ver..."
Es
eso estaba, cuando el ladrido del perro, que ya había salido corriendo
hacia la tranquera del rancho (tranquerita hecha con un respaldo de cama
viejo, de hierro, pintado de blanco) le interrumpió el tarareo. Ella
miró justo para ver pasar a un paisano bien plantado sobre un moro
entero, coscojero, que cuando se sintió mirado por la paisanita se puso
de costado, como pollo contra el viento, y se cruzó de vereda
escarciando. Mientras el paisano se tocó el ala del sombrero en un
ademán casi imperceptible echándose el ala para atrás, saludando a la
paisanita con un:
- "...Buen día...y envido!"
La
paisanita se ruborizó pero eso no se notó porque la sombra del alero
ocultó su rubor. Y el corazón le pegó unos latidos fuertes como para
salirse de adentro, pero el ladrido del perro hizo que nadie los
escuchase, aunque a ella se le agolpaban los latidos en las sienes.
Terminó
de barrer el alero y en vez de ir para adentro como todos los días a
hacer la cama y preparar las cosas para cocinar el almuerzo, dio vueltas
al patio barriéndolo todo de nuevo y sin saber por que, pero mirando
para el camino por el que se había achicado la espalda del paisano
“ese.”
- "....Bahhhh paisano loco! Mire que decirme 'adiós y envido!' A quien se le ocurre? Pero que tipo mas raro, ese!"
Así
pensaba mientras seguía levantando tierra con la escoba en el patio. Al
medio día el puchero estaba hirviendo en la olla, cuando el chirrido de
la tranquerita la sobresaltó. Aunque podía imaginarse que era "su"
paisano el que estaba llegando, no sabía por que, pero se puso colorada
como sorprendida en falta. Y si. Era su paisano. El de todos los días.
El que compartía la galleta, las penas y las alegrías del rancho
modesto, pero limpito y recién blanqueado.
La mesa ya estaba
puesta. Los dos platos, el jarro de agua fresca recién bombeada, el pan y
la olla de puchero. Comieron y charlaron lo de todos los días en tono
alegre. Eran dos tipos alegres, casados hacía pocos meses y llenos de
planes. Pero en los planes de nadie estaba que un día otro paisano iba a
pasar por la puerta del rancho saludando de ese modo:
- "Buen dia... y envido!"
Todo
el día siguió la paisanita en sus cosas, pero el "BUEN DÍA ...Y ENVIDO"
le daba vueltas en la cabeza y no encontraba acomodo. Al día siguiente
se repitió la escena. Ella barriendo bajo el alero como todos los días.
El perro durmiendo bajo la higuera. El gallo tratando de engatusar a
alguna gallina mintiendo que había encontrado comida riquísima. Mientras
el repicar del trote del moro entero se agrandaba por la calle y ya
estaba el mismo paisano saludando como ayer a la paisanita:
- "...Buen día!.... y envido!"
Igual
que ayer volvió a coscojear el moro y cruzó la calle de costado,
mientras el paisano se tocaba el ala del sombrero con la misma mano en
cuya muñeca ceñía el tiento de un talero que no hacía falta usar, porque
el moro sabía su oficio. Y no hacia falta decirle al moro que el
paisano en ese momento quería lucirse, porque parecía que el moro
también quería lucirse!
Así paso un día igual que el anterior, con
la paisanita sin poder sacarse de la cabeza ese "buen día... y envido!"
Y se repitió la escena en los días siguientes, una y otra vez, hasta
que la paisanita no aguantó más y al medio día, cuando su paisano llegó
al rancho, le contó la historia de "ese tipo."
- “…Que
se habrá creído? Pero fijate vos que saludar diciendo buen día y envido!
A vos que te parece? Que querrá?” le preguntaba a su paisano haciéndose
aún más inocente de lo que en realidad era.
Entonces el hombre de la casa le dice a su mujercita:
-
“Mira, si pasa todos los días, seguro que mañana va a pasar otra vez.
Vamos a hacer una cosa: yo me voy a quedar en casa y vos salís como
todos los días a barrer. Y cuando pase ese paisano y te diga: "buen día y
envido", vos le vas a decir:"...quiero y truco!" Y vas a ver como lo
voy a agarrar.
Así es que al otro día la paisanita, tan
nerviosa que le temblaba la escoba en la mano, a la hora de siempre
salió a barrer bajo el alero del rancho. El perro como siempre estaba
durmiendo bajo la higuera, mientras el gallo, también como siempre,
trataba de engatusar a las gallinas con el mismo truco. Y de tanto
repetirse la escena de todos los días, también se repitió la escena del
perro levantando la oreja al escuchar un trote acercándose por el fondo
de la calle. Y la escena de pararse el perro y correr hacia la
tranquerita para ladrarle al mismo paisano que pasaba en el moro entero
que iba haciendo sonar las coscojas, y saludaba como siempre con su:
- "Buen día.... y envido!"
Solo
dos cosas cambiaban en la escena: una, que no se veía, era que "el
paisano de la casa" estaba escondido detrás de la puerta. Y la otra cosa
que cambiaba la escena de todos los días eran los nervios de la
paisanita, que tenia que comportarse y retrucar como le había dicho su
hombre que hiciese. Así es que temblándole la voz por la emoción, que no
se sabía bien si era emoción por el hecho en si, o porque le iba a
contestar a ese paisano que tantos días le había dado vueltas por la
cabeza, con voz finita pero firme contestó:
-"...Quiero .... y truco!"
Entonces,
mientras el perro no paraba de ladrar mirando a veces hacia el rancho y
a veces hacia el paisano de a caballo, a éste último, sin detener el
tranco de su montado, se le dibujó una sonrisa y se le oyó decir:
- “NO QUIERO, PORQUE TENÉS EL MACHO DE ESPADAS ATRÁS DE LA PUERTA!!!!
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