HISTORIAS DE PAPAS (9)
Pasado el apuro de la papa caliente, nuestro muchachito inició la tarde entre las bromas de los
peones con los que se cruzó en sus tareas, quienes enseguida habían incorporado la anécdota de la papa al acervo de las historias simples con las que alegraban sus eglógicas vidas. A media tarde el patrón apareció de nuevo, salió en el auto a recorrer los potreros de los novillos y lo llevó para abrir las tranqueras.
Seguro que el patrón no sabía nada lo de la papa, porque no le hizo ninguna broma y ni siquiera le mencionó el tema. Era bueno el patrón, quien trató de enseñarle a encontrar nidos de tero. Mientras un cazal de teros revoloteaba sobre el auto, le indicó que fuese hasta un lugar próximo, entre un cardo y una bosta de vaca, donde seguramente estaba el nido. Caminó hacia el lugar, pero el feroz ataque de los teros, como si fuesen pequeños bombarderos en picada, le hizo regresar al auto perdiendo una alpargata de puro apurado y asustado. Entre las risas del patrón se arrimaron en el auto; primero a buscar la alpargata y luego hasta el lugar indicado, donde estaba nomás el nido. Un pequeño y simple hoyo en el suelo, con dos huevos bien cónicos, de color verde “yerba” salpicados de oscuro.
Al caer la tarde no daba más de cansancio. Ya oscureciendo se arrimó otra vez a la matera, donde la charla obligada fue el tema de la bendita papa del medio día y la aventura de los teros, que el patrón había comentado "como al pasar", con uno de los mensuales.Todavía no alcanzaba a comprender si las cargadas de los otros le desagradaban o le gustaban, cuando el recuerdo de una tarea pendiente le permitió zafar elegantemente del centro de la atención.
- “Tengo que ir al molino a buscar el agua!”, dijo. Y salió corriendo hacia la cocina para agarrar el balde, mientras alcanzó a escuchar que uno de los paisanos le gritaba:
- “Tené cuidado con los teros!”
Regresó al comedor más tranquilo que al medio día. Asimiló alguna cargada más y comenzó a comer un asado al horno con papas como nunca había probado en su vida. Promediando su primer plato, no faltó el compañero que medio por broma, de su botella le sirvió un poco de vino. Nunca en sus poco más de doce años había tomado vino y no sabía que hacer. Su fuero de niño aún, le decía que no tomara. De golpe le volvían a la cabeza las recomendaciones de su madre y sin encontrar en ellas alguna palabra al respecto, escuchó la voz de quien le había convidado, que le decía:
- “Tome, amigo, hágase hombre!”
Y el quería hacerse hombre! Cómo no iba a querer ser uno más, entre tantos compañeros! ¿Acaso todo lo que había hecho durante el día, salvo disparar asustado de los teros, no habían sido “cosas de hombre”? Claro que sí! Y si los hombres tomaban vino con las comidas, entonces el también podía tomar, qué embromar! Y tomó. Vaya si tomó! Porque al primer medio vaso siguió otro medio, servido por otro criollo que no quiso ser menos y así su vaso no alcanzó a estar vacío por un buen rato. --- Continúa...
peones con los que se cruzó en sus tareas, quienes enseguida habían incorporado la anécdota de la papa al acervo de las historias simples con las que alegraban sus eglógicas vidas. A media tarde el patrón apareció de nuevo, salió en el auto a recorrer los potreros de los novillos y lo llevó para abrir las tranqueras.
Seguro que el patrón no sabía nada lo de la papa, porque no le hizo ninguna broma y ni siquiera le mencionó el tema. Era bueno el patrón, quien trató de enseñarle a encontrar nidos de tero. Mientras un cazal de teros revoloteaba sobre el auto, le indicó que fuese hasta un lugar próximo, entre un cardo y una bosta de vaca, donde seguramente estaba el nido. Caminó hacia el lugar, pero el feroz ataque de los teros, como si fuesen pequeños bombarderos en picada, le hizo regresar al auto perdiendo una alpargata de puro apurado y asustado. Entre las risas del patrón se arrimaron en el auto; primero a buscar la alpargata y luego hasta el lugar indicado, donde estaba nomás el nido. Un pequeño y simple hoyo en el suelo, con dos huevos bien cónicos, de color verde “yerba” salpicados de oscuro.
Al caer la tarde no daba más de cansancio. Ya oscureciendo se arrimó otra vez a la matera, donde la charla obligada fue el tema de la bendita papa del medio día y la aventura de los teros, que el patrón había comentado "como al pasar", con uno de los mensuales.Todavía no alcanzaba a comprender si las cargadas de los otros le desagradaban o le gustaban, cuando el recuerdo de una tarea pendiente le permitió zafar elegantemente del centro de la atención.
- “Tengo que ir al molino a buscar el agua!”, dijo. Y salió corriendo hacia la cocina para agarrar el balde, mientras alcanzó a escuchar que uno de los paisanos le gritaba:
- “Tené cuidado con los teros!”
Regresó al comedor más tranquilo que al medio día. Asimiló alguna cargada más y comenzó a comer un asado al horno con papas como nunca había probado en su vida. Promediando su primer plato, no faltó el compañero que medio por broma, de su botella le sirvió un poco de vino. Nunca en sus poco más de doce años había tomado vino y no sabía que hacer. Su fuero de niño aún, le decía que no tomara. De golpe le volvían a la cabeza las recomendaciones de su madre y sin encontrar en ellas alguna palabra al respecto, escuchó la voz de quien le había convidado, que le decía:
- “Tome, amigo, hágase hombre!”
Y el quería hacerse hombre! Cómo no iba a querer ser uno más, entre tantos compañeros! ¿Acaso todo lo que había hecho durante el día, salvo disparar asustado de los teros, no habían sido “cosas de hombre”? Claro que sí! Y si los hombres tomaban vino con las comidas, entonces el también podía tomar, qué embromar! Y tomó. Vaya si tomó! Porque al primer medio vaso siguió otro medio, servido por otro criollo que no quiso ser menos y así su vaso no alcanzó a estar vacío por un buen rato. --- Continúa...