CONTABA MI SUEGRO sobre un caso especial de abigeato en pequeña escala allá por la zona neuquina de sus andanzas como gendarme; en este caso cerca de Loncopué. Era un caso raro, porque de vez en cuando desaparecía alguna vaca sin dejar los rastros habituales. No aparecían rastrilladas de arreo u otros indicios; ni pisadas de las vacas robadas, ni de caballos, ni rastros de carneada. Ni siquiera aparecían huellas de algún carro u otro vehículo en el cual pudiesen haberse llevado la vaca o su carne.
El caso, que era raro en serio, seguía ocurriendo periódicamente y el reclamo había llegado hasta Gendarmería. Porque se pensaba que el ladrón de ganado sería alguien muy hábil que pasaba las vacas robadas “al otro lado”; es decir, al cercano Chile, para carnearlas tranquilo. Y por eso mi suegro, comisionado por sus superiores, “rebotó” por allá, como el gustaba decir, a ver si podía encontrarle la vuelta al caso.
Lo primero que hizo fue un replanteo del lugar físico y conversó con todos los lugareños, tanto los afectados como los no afectados. Hasta habló con “Pelado Zorro”, aquél que un 18 de Septiembre se había freído un pie en la olla de grasa y ahora andaba en una silla de ruedas que le habría conseguido la solidaridad de alguien. Pero nadie había visto nada ni conocía nada más que los comentarios de los afectados.
Nunca llegó a contarme si de esas charlas había sacado algo en limpio. Pero quizá no teniendo una idea muy clara de por donde empezar, comenzó a rondar de noche por la zona, tratando de no hacerse ver demasiado. A los pocos días desapareció otro par de vacas y mi suegro ya tuvo el lugar mismo de un hecho reciente para avanzar en el caso con ideas y elementos propios. Parece que algo encontró, porque dirigió su ronda nocturna a una zona en particular, siguiendo una corazonada.
No tuvo que esperar mucho, porque a las pocas noches en su ronda vio unos bultos que venían por la huella elegida para vigilar. Por esa huella, que no era una huella cualquiera sino que era de piso bien duro, rocoso, como para dejar los mínimos rastros, venía un par de vacas arreadas por un muchachito del lugar y más atrás venía alguien agachado, barriendo la huella con una escobita hecha de ramas. Mi suegro dejó pasar al muchachito con las vacas y se fue derecho a quien venía barriendo, que no era otro que “Pelado Zorro”, bien parado y sin la silla de ruedas!!
Resulta que la silla de ruedas seguramente le habrá hecho falta en serio al principio, para poder andar mientras se recuperaba de su pie literalmente frito en grasa aquél 18 de Septiembre de chupilca y cueca. Pronto la gente se fue acostumbrando a verlo en silla de ruedas, con la que se convirtió en una parte más del paisaje familiar.
Solo “Pelado Zorro” sabría cuando se le había curado el pie y había podido caminar de nuevo. Pero no se lo dijo a nadie, porque el asunto de la silla de ruedas le había empezado a gustar. Como buen zorro viejo (…y ahora entendemos que el apodo no era vano!), enseguida le había encontrado otro tipo de utilidad: quién iba a desconfiar de un “inválido” como ladrón nocturno de vacas!?
El caso, que era raro en serio, seguía ocurriendo periódicamente y el reclamo había llegado hasta Gendarmería. Porque se pensaba que el ladrón de ganado sería alguien muy hábil que pasaba las vacas robadas “al otro lado”; es decir, al cercano Chile, para carnearlas tranquilo. Y por eso mi suegro, comisionado por sus superiores, “rebotó” por allá, como el gustaba decir, a ver si podía encontrarle la vuelta al caso.
Lo primero que hizo fue un replanteo del lugar físico y conversó con todos los lugareños, tanto los afectados como los no afectados. Hasta habló con “Pelado Zorro”, aquél que un 18 de Septiembre se había freído un pie en la olla de grasa y ahora andaba en una silla de ruedas que le habría conseguido la solidaridad de alguien. Pero nadie había visto nada ni conocía nada más que los comentarios de los afectados.
Nunca llegó a contarme si de esas charlas había sacado algo en limpio. Pero quizá no teniendo una idea muy clara de por donde empezar, comenzó a rondar de noche por la zona, tratando de no hacerse ver demasiado. A los pocos días desapareció otro par de vacas y mi suegro ya tuvo el lugar mismo de un hecho reciente para avanzar en el caso con ideas y elementos propios. Parece que algo encontró, porque dirigió su ronda nocturna a una zona en particular, siguiendo una corazonada.
No tuvo que esperar mucho, porque a las pocas noches en su ronda vio unos bultos que venían por la huella elegida para vigilar. Por esa huella, que no era una huella cualquiera sino que era de piso bien duro, rocoso, como para dejar los mínimos rastros, venía un par de vacas arreadas por un muchachito del lugar y más atrás venía alguien agachado, barriendo la huella con una escobita hecha de ramas. Mi suegro dejó pasar al muchachito con las vacas y se fue derecho a quien venía barriendo, que no era otro que “Pelado Zorro”, bien parado y sin la silla de ruedas!!
Resulta que la silla de ruedas seguramente le habrá hecho falta en serio al principio, para poder andar mientras se recuperaba de su pie literalmente frito en grasa aquél 18 de Septiembre de chupilca y cueca. Pronto la gente se fue acostumbrando a verlo en silla de ruedas, con la que se convirtió en una parte más del paisaje familiar.
Solo “Pelado Zorro” sabría cuando se le había curado el pie y había podido caminar de nuevo. Pero no se lo dijo a nadie, porque el asunto de la silla de ruedas le había empezado a gustar. Como buen zorro viejo (…y ahora entendemos que el apodo no era vano!), enseguida le había encontrado otro tipo de utilidad: quién iba a desconfiar de un “inválido” como ladrón nocturno de vacas!?
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