viernes, 13 de agosto de 2010

--- Eundo Quilape e' indio!!

EUNDO QUILAPE E’ INDIO, CARAJO!
CONTABA MI SUEGRO que su casa de Las Lajas estaba edificada en una esquina. Una de las calles topaba contra el terraplén que contenía las crecientes del río Agrio y la otra era paralela a ese terraplén(1). Pese a lo riesgoso que era vivir al otro lado del terraplén, del lado del río, algunos lugareños, los más indigentes, edificaban sus ranchos allí, sobre la misma llanura de inundación del Agrio.
Tal era el caso de un tal Benavídez, quien tenía por apodo “Calambrito”, debido a la chuequera que le había quedado como secuela de una poliomielitis temprana, la que fue bautizada al vuelo por la inventiva popular. Tan falto de recursos como de ideas, “Calambrito” había edificado un rancho del lado del río, sobre un extremo del terraplén. Aprovechando el mismo como el soporte más sólido, había amontonado ramas, chapas viejas y lo que encontró a mano, de forma más o menos ordenada, como para parar algo el viento y la lluvia y allí vivía con su familión que crecía año a año.
Cada creciente del Agrio le llevaba no solo el rancho, sino todo lo que no podía escapar por su cuenta. No se sabe si alguna vez le habrá llevado algún chiquillo, porque tenía tantos, que solo él y su mujer sabrían si faltaba alguno, y eso si se daban cuenta. Porque a otros vecinos con tan pocas luces como este, les ocurrió que una noche de invierno se olvidaron de entrar el cochecito del bebé, al que a la tarde habían sacado afuera(2) a tomar sol y al pobrecito lo encontraron a la mañana siguiente, muerto de frío por la helada de la noche. Pero esa es otra historia.
Visto desde el lado de "Calambrito", probablemente el asunto de que cada creciente le llevara el rancho no era una cosa mala para él y su familia, sino todo lo contrario. Porque por un tiempito, quizá por algunos días, o por alguna semana, ellos pasaban a ser el centro de atención del pueblo.
Allí llegaba el intendente de turno con alguno que otro político y por demagogia o lo que fuere, dejaban comida, colchones y hasta chapas y tirantes como para que “Calambrito” hiciese otro rancho y esperase hasta la próxima creciente.
Esto era tan frecuente en tantos lugares similares, que algunos llegaron a llamarlo “la industria de la inundación.” Porque imagínense que si había suficientes chapas, colchones y comida como para que los tantos “Calambritos” de la provincia (y de otras provincias) ligaran algo, conociendo el histórico manejo de quienes especulan con las necesidades de la miseria, vaya uno a saber lo que iba quedando por el camino.
El asunto de esta historia es que un domingo mi suegro estaba regando la huerta como siempre, con sus hijas dándole a brazo partido a la bomba de mano, cuando se escuchó un caballo atropellando y unos gritos desaforados. ¿Qué pasaba? Pasaba que Segundo Quilape, el mismo al que en la primera historia describimos cuando sus amigos no lo invitaron a bajarse del caballo para chupar vino en damajuana, ahora estaba emulando al criollo de la “Milonga del Solitario” de Atahualpa Yupanqui, porque “la caña lo había bandeado(3).” Y en la desinhibición que le provocaba el alcohol, le brotaba todo el indio que reprimía constantemente en su interior durante las horas de sobriedad.
Vaya uno a saber cómo, había subido con su caballo al terraplén, e iba y venía de una punta a la otra al galope tendido. Al llegar a un extremo sujetaba el animal haciéndolo abalanzar, y casi sentándolo sobre sus cuartos pegaba la vuelta sobre el anca y galopaba hasta la otra punta, donde repetía la maniobra mientras gritaba a voz de cuello:

- “Eundo(4) Quilape e indio, carajo!”

El asunto es que en uno de los extremos del terraplén estaba el rancho de “Calambrito” con toda su familia adentro. Y Quilape, cada vez más eufórico en su representación del indio que llevaba adentro y que tan pocas veces podía salir, en una de las vueltas sujetó tanto el caballo que este directamente reculó sentándose en serio, pero con tanta mala suerte que el anca ya estaba fuera del terraplén y así cayó, sentado, dentro del rancho de “Calambrito.”
Si bien dentro del rancho habrían escuchado las bravatas de Quilape arriba del terraplén, nunca se imaginaron que este podría entrar al rancho con caballo y todo … y por el techo! Así es que hubo un desparramo de muchachitos en todas direcciones y seguramente “Calambrito” también habrá salido a las chuequeadas. Aunque en medio de semejante batifondo, tanto no pudo ver mi suegro.
El epílogo de esta historia es que “Calambrito” no tuvo que esperar a la próxima creciente del río Agrio para ligar algo. Porque en esos momentos tan cómicos como trágicos, en Las Lajas el hecho cobró carácter de “desastre natural” y en esos casos siempre aparece más de una mano solidaria que se levanta por sobre cualquier crítica.
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(1) Terraplén que no existe más desde hace muchos años.
(2) Lo de “afuera” es un modo de decir, porque la precariedad del rancho era tal, que no era fácil decidir cuando uno podía estar afuera o adentro, tomando a la intemperie como referencia.
(3) “siempre en voz baja he cantao,/ porque gritando no me hallo…/ grito al montar a caballo,/ si la caña me ha bandeao!”, rezan los versos de Atahualpa en la “Milonga del Solitario.”
(4) “Eundo”, era lo que realmente se oía al gritar Quilape su nombre, en lugar de “Segundo.”

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