Renata |
INSTANTES ANONIMOS
EL ARITO PERDIDO
EL ARITO PERDIDO
Medio día en Buenos Aires. Estoy arriba de un micro ómnibus de la línea 37, yendo desde la Ciudad Universitaria hacia plaza Congreso, detenido por el semáforo en la esquina de Rodríguez Peña y Juncal. La fuente de bronce de la plazoleta lanza un penacho de agua límpida, la que se derrama en cascada desde los sucesivos platos hasta la pileta de la base, recién pintada de celeste. Desde la ventanilla cuyo asiento ocupo, observo a una muchacha que empuja la puerta de un negocio.
La puerta está cerrada. La muchacha gira ágilmente sobre sus tacones bajos y cruza la plazoleta. Va vestida con saco y minifalda negra haciendo juego con sus medias. Alguien la llama desde la vereda que acaba de dejar y se da vuelta.
Otra morocha, más baja, con campera de gamuza marrón claro y flecos en las mangas al estilo Buffalo Bill, se agacha y recoje algo de la vereda que luego alcanza a la primera. Intercambian sonrisas y la morocha de negro retorna sobre sus pasos poniéndose un aro en su oreja derecha.
Abre el semáforo y el 37 arranca, llevándome como testigo anónimo de otro pequeño gesto cotidiano de solidaridad que ayuda a vivir!
La puerta está cerrada. La muchacha gira ágilmente sobre sus tacones bajos y cruza la plazoleta. Va vestida con saco y minifalda negra haciendo juego con sus medias. Alguien la llama desde la vereda que acaba de dejar y se da vuelta.
Otra morocha, más baja, con campera de gamuza marrón claro y flecos en las mangas al estilo Buffalo Bill, se agacha y recoje algo de la vereda que luego alcanza a la primera. Intercambian sonrisas y la morocha de negro retorna sobre sus pasos poniéndose un aro en su oreja derecha.
Abre el semáforo y el 37 arranca, llevándome como testigo anónimo de otro pequeño gesto cotidiano de solidaridad que ayuda a vivir!
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