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Papas: alimento universal |
HISTORIAS DE PAPAS(3)
Terminadas las historias que CONTABA MI SUEGRO, las que eran muchísimas más, pero que por no escribirlas en su momento, al querer hacerlo tardíamente muchas quedaron en el tintero, aprovecho el pie de la última historia para entrar a narrar historias vinculadas con las papas comestibles. No es un tema habitual para narraciones, pero se puede encarar con la certeza de que no faltará material para ellas.
Las papas fueron de enorme importancia en la historia de la humanidad. Quizá tanto o más de lo que lo fue el trigo. No entraré en detalles mayores respecto a la humanidad americana precolombina, porque no conozco tanto al respecto, salvo que los antiguos habitantes del altiplano y de casi toda la cordillera andina, inclusive hasta Venezuela, tenían en la papa uno de los principales componentes de su dieta. Ya fuese fresca o como “chuño” o papa deshidratada, puesto que los pueblos quechuas y aimarás, se adelantaron muchos siglos al puré instantáneo “made by U.S.A.”
Cualquier habitante del altiplano sabía que en determinadas noches (no en todas las noches, ni en cualquier noche - ya que todas no es lo mismo que cualquiera -), si las papas trituradas se exponían a una helada nocturna con características especiales y bien conocidas empíricamente, el agua constitucional de sus células formaba cristales de hielo que eran fácilmente separables de la harina. Así preparaban el “chuño”, que no era otra cosa que papa deshidratada, para tenerla presente en su dieta durante todo el año.
Si se me perdona la digresión, cuando actualmente por televisión se muestran niños desnutridos en el norte argentino, uno debe lamentarse tanto por el hecho puntual del sufrimiento de ese niño, como por la enorme pérdida de la hermosa y fecunda cultura de pueblos como quechua y aimarás, a punto tal de haber olvidado como alimentar a sus hijos. Esos pueblos llevaban la agricultura en sus genes y legaron al mundo nada menos que la papa, el zapallo, el maíz, múltiples variedades de porotos, la quínoa y la maca, entre otros. Pero ahora, faltos de identidad, recurren a las dádivas de los gobiernos de turno, los que en definitiva fueron quienes favorecieron de mil maneras truculentas esa pérdida de identidad. Y cada vez que caigo en estos análisis, recuerdo con emoción los últimos versos de la “Milonga del Solitario”, de Atahualpa Yupanqui, cuando termina diciendo:
“…desprecio la caridad
por la vergüenza que encierra.
Soy como el león de la sierra,
vivo y muero en soledad!”
Porque me animaría a decir que junto con la pérdida de identidad, la vergüenza de esa pobre gente quedó hecha jirones por el camino. Pero no nos alejemos de las papas y recordemos que al ser estas llevadas a Europa desde América, salvo en Irlanda, donde fueron apreciadas enseguida, en el resto del continente costó mucho introducirlas en la dieta popular. A punto tal que un rey europeo (creo que fue uno de los tantos Luises paridos en Francia) hizo gala de un gran conocimiento psicológico de sus súbditos: Hizo sembrar un predio de papas como algo muy privado y secreto y decretando “pena de muerte” para quien robase alguna papa de allí. Como era de esperar, en poco tiempo en el predio no quedó una sola papa y de ese modo esta se introdujo en la cocina popular francesa primero, y luego en la europea.
Las papas fueron de enorme importancia en la historia de la humanidad. Quizá tanto o más de lo que lo fue el trigo. No entraré en detalles mayores respecto a la humanidad americana precolombina, porque no conozco tanto al respecto, salvo que los antiguos habitantes del altiplano y de casi toda la cordillera andina, inclusive hasta Venezuela, tenían en la papa uno de los principales componentes de su dieta. Ya fuese fresca o como “chuño” o papa deshidratada, puesto que los pueblos quechuas y aimarás, se adelantaron muchos siglos al puré instantáneo “made by U.S.A.”
Cualquier habitante del altiplano sabía que en determinadas noches (no en todas las noches, ni en cualquier noche - ya que todas no es lo mismo que cualquiera -), si las papas trituradas se exponían a una helada nocturna con características especiales y bien conocidas empíricamente, el agua constitucional de sus células formaba cristales de hielo que eran fácilmente separables de la harina. Así preparaban el “chuño”, que no era otra cosa que papa deshidratada, para tenerla presente en su dieta durante todo el año.
Si se me perdona la digresión, cuando actualmente por televisión se muestran niños desnutridos en el norte argentino, uno debe lamentarse tanto por el hecho puntual del sufrimiento de ese niño, como por la enorme pérdida de la hermosa y fecunda cultura de pueblos como quechua y aimarás, a punto tal de haber olvidado como alimentar a sus hijos. Esos pueblos llevaban la agricultura en sus genes y legaron al mundo nada menos que la papa, el zapallo, el maíz, múltiples variedades de porotos, la quínoa y la maca, entre otros. Pero ahora, faltos de identidad, recurren a las dádivas de los gobiernos de turno, los que en definitiva fueron quienes favorecieron de mil maneras truculentas esa pérdida de identidad. Y cada vez que caigo en estos análisis, recuerdo con emoción los últimos versos de la “Milonga del Solitario”, de Atahualpa Yupanqui, cuando termina diciendo:
“…desprecio la caridad
por la vergüenza que encierra.
Soy como el león de la sierra,
vivo y muero en soledad!”
Porque me animaría a decir que junto con la pérdida de identidad, la vergüenza de esa pobre gente quedó hecha jirones por el camino. Pero no nos alejemos de las papas y recordemos que al ser estas llevadas a Europa desde América, salvo en Irlanda, donde fueron apreciadas enseguida, en el resto del continente costó mucho introducirlas en la dieta popular. A punto tal que un rey europeo (creo que fue uno de los tantos Luises paridos en Francia) hizo gala de un gran conocimiento psicológico de sus súbditos: Hizo sembrar un predio de papas como algo muy privado y secreto y decretando “pena de muerte” para quien robase alguna papa de allí. Como era de esperar, en poco tiempo en el predio no quedó una sola papa y de ese modo esta se introdujo en la cocina popular francesa primero, y luego en la europea.
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