HISTORIAS DE PAPAS (19)
Vale
recordar que no todas las papas que se comían en mi pueblo eran traídas
desde Balcarce. Sin ir más lejos y en el ámbito doméstico, mi padre
siempre hizo una huerta muy bien provista y entre otras cosas, en muchas
oportunidades comimos papas producidas en ella. Además, en el ámbito
vecinal siempre hubo quienes dedicaran su actividad a la producción de
hortalizas para abastecer el consumo del pueblo. Por ejemplo ahora solo
hay dos establecimientos horticultores principales. Uno es de un NIC
(nacido y criado) local y otro es de un grupo de bolivianos imparables
que comenzaron como empleados del NIC. Al año nomás, estos se
independizaron y en poco tiempo ya tenían mucho más que este.
Pero durante mi niñez hubo varios “quinteros” en el pueblo. Uno de ellos, el gringo Masili, quedó grabado en mi recuerdo por tener su huerta, o “quinta”, en la manzana que estaba calle por medio con una casa que fue de mis padres y que habitamos alguna vez. Tanto la quinta del gringo como nuestra casa estaban “atrás de la vía”; como aún hoy se estila decir en los pueblos, significando con ello no solamente una posición geográfica. Porque decir “atrás de la vía” en los pueblos, llegó a tener un significado peyorativo quizá solo comparable al que tiene el término “villa” en Buenos Aires y en el conurbano bonaerense.
- “Es un villero!”, suelen decir en Buenos Aires cuando quieren menospreciar a alguien.
- “Es de atrás de la vía!”, se decía en los pueblos con idéntico sentido.
Esto ocurrió así en la mayoría, sino en todos los pueblos y ciudades de la provincia de Buenos Aires y también en la mayoría de los casos sigue ocurriendo. La causa hay que buscarla en el origen mismo de esas poblaciones, las cuales también en su gran mayoría surgieron como agrupación de pobladores de avanzada, al lado de las estaciones ferroviarias que fue necesario edificar a lo largo de las vías férreas.
También el tendido del ferrocarril condicionó la distancia existente entre pueblo y pueblo, que era lo mismo que decir entre estación y estación. Recordemos que al momento del surgimiento del ferrocarril en nuestro país, todo el transporte se hacía por tracción a sangre. Y en aquellos momentos se estimaba que los carros y chatas que transportaban la producción agropecuaria hasta la estación, tenían un radio diario de acción de muy poco más de 10 kilómetros. Es por esa causa y no por otra, que la distancia entre dos pueblos consecutivos oscila entre los 20 y los 25 kilómetros.
Al afincarse los primeros pobladores al lado de una nueva estación, lo hacían agrupándose a uno u otro lado de las vías, según fuese más ventajoso el terreno. De modo tal que cada núcleo urbano crecía sobre ese lado, con sus comercios, escuelas, iglesia, banco, oficina de correos y cualquier otra dependencia oficial, como municipalidad, en estados más avanzados de organización.
Por lógica consecuencia, los terrenos que iban quedando en ese lado de la vía, que sin dudarlo era el lado importante de la misma, se encarecían al mismo ritmo del crecimiento. Y cuando en el lugar aparecía gente humilde buscando trabajo y lo encontraba, los terrenos más accesibles por su precio estaban “al otro lado de la vía.” En consecuencia, “al otro lado de la vía” se iban edificando los caseríos más humildes, mientras los terrenos del lado inicial del pueblo eran paulatinamente edificados por la gente “pudiente”; o sea por los comerciantes exitosos, los profesionales y los propietarios de establecimientos rurales importantes.
El tema es que el gringo Masili tenía su huerta "al otro lado de la vía" y allí dejó la gran mayoría de las horas de su vida. Carpiendo, punteando a pala; a veces arando con el arado de mansera, escardillando, sembrando, podando y en fin, ganándose la vida a pura sangre. Me acuerdo cómo de chico me asombraba verlos a él y a la gringa cuando trenzaban las ristras de ajos y cebollas, con los dedos torcidos como sarmientos de parra. O cuando hacían los prolijísimos ataditos de acelga, zanahorias, rabanitos y cuantas hortalizas pudiesen atarse con un hilo. Pero lo hacían atándolas con hojas de “paja vizcachera”, para lo cual siempre dejaban crecer varias plantas a orillas de la huerta.
Cuentan que un día el gringo apareció rengo y así anduvo por mucho tiempo, auque siempre fue reacio a decir que le había pasado. Andando los meses, nadie sabe si porque el gringo le contó a alguno de su confianza, o porque fuese una infidencia de su mujer a alguna amistad íntima, se supo qué le había pasado. Aunque también cabe la posibilidad de que fuese un invento surgido de la frondosa imaginación de alguno del pueblo, puesto que acá el que no corre, vuela (...y de acá saldrán también unas cuantas narraciones.) Aunque el asunto tiene visos de ser real y como viene al caso, aquí lo cuento.
Parece ser que el gringo siempre dejaba la misma parcela de tierra su lote para sembrar papas. Probablemente lo hacía así porque en ese lugar la tierra fuese la más apta, ya que la papa crece mejor si la tierra es suelta, con poca o ninguna tendencia a compactarse. Para eso, los mejores terrenos son los arenosos. Pero como ocurre con cualquier cultivo, si se siembran repetidamente las mismas especies vegetales en el mismo terreno, se crean las condiciones favorables para la proliferación de plagas específicas que afecten severamente a ese cultivo.
En ese sentido el gringo estaba preocupado, porque muchas de las papas de sus últimas cosechas habían estado severamente atacadas por alguna plaga que las perforaba por todos lados, a veces hasta inutilizarlas. Un día estaba preparando el mismo lugar para volver a sembrar papas y andaba con la pala de punta dando vueltas la tierra en esa rutina de todos los días; quizá con la mente vaya a saber por donde. De repente, entre el último montoncito de tierra suelta que acababa de voltear a sus pies, vio moverse algo que lo retornó en un instante a su huerta y a sus papas.
Con la premura de no darle tiempo a lo que se movía para que disparase o se enterrase y sin pensar bien lo que hacía, cuentan que le sacudió con alma y vida un golpe con el filo de la pala, mientras le decía a la supuesta “plaga”:
- “Así que vos sos el que me come las papas..!?”
Pero durante mi niñez hubo varios “quinteros” en el pueblo. Uno de ellos, el gringo Masili, quedó grabado en mi recuerdo por tener su huerta, o “quinta”, en la manzana que estaba calle por medio con una casa que fue de mis padres y que habitamos alguna vez. Tanto la quinta del gringo como nuestra casa estaban “atrás de la vía”; como aún hoy se estila decir en los pueblos, significando con ello no solamente una posición geográfica. Porque decir “atrás de la vía” en los pueblos, llegó a tener un significado peyorativo quizá solo comparable al que tiene el término “villa” en Buenos Aires y en el conurbano bonaerense.
- “Es un villero!”, suelen decir en Buenos Aires cuando quieren menospreciar a alguien.
- “Es de atrás de la vía!”, se decía en los pueblos con idéntico sentido.
Esto ocurrió así en la mayoría, sino en todos los pueblos y ciudades de la provincia de Buenos Aires y también en la mayoría de los casos sigue ocurriendo. La causa hay que buscarla en el origen mismo de esas poblaciones, las cuales también en su gran mayoría surgieron como agrupación de pobladores de avanzada, al lado de las estaciones ferroviarias que fue necesario edificar a lo largo de las vías férreas.
También el tendido del ferrocarril condicionó la distancia existente entre pueblo y pueblo, que era lo mismo que decir entre estación y estación. Recordemos que al momento del surgimiento del ferrocarril en nuestro país, todo el transporte se hacía por tracción a sangre. Y en aquellos momentos se estimaba que los carros y chatas que transportaban la producción agropecuaria hasta la estación, tenían un radio diario de acción de muy poco más de 10 kilómetros. Es por esa causa y no por otra, que la distancia entre dos pueblos consecutivos oscila entre los 20 y los 25 kilómetros.
Al afincarse los primeros pobladores al lado de una nueva estación, lo hacían agrupándose a uno u otro lado de las vías, según fuese más ventajoso el terreno. De modo tal que cada núcleo urbano crecía sobre ese lado, con sus comercios, escuelas, iglesia, banco, oficina de correos y cualquier otra dependencia oficial, como municipalidad, en estados más avanzados de organización.
Por lógica consecuencia, los terrenos que iban quedando en ese lado de la vía, que sin dudarlo era el lado importante de la misma, se encarecían al mismo ritmo del crecimiento. Y cuando en el lugar aparecía gente humilde buscando trabajo y lo encontraba, los terrenos más accesibles por su precio estaban “al otro lado de la vía.” En consecuencia, “al otro lado de la vía” se iban edificando los caseríos más humildes, mientras los terrenos del lado inicial del pueblo eran paulatinamente edificados por la gente “pudiente”; o sea por los comerciantes exitosos, los profesionales y los propietarios de establecimientos rurales importantes.
El tema es que el gringo Masili tenía su huerta "al otro lado de la vía" y allí dejó la gran mayoría de las horas de su vida. Carpiendo, punteando a pala; a veces arando con el arado de mansera, escardillando, sembrando, podando y en fin, ganándose la vida a pura sangre. Me acuerdo cómo de chico me asombraba verlos a él y a la gringa cuando trenzaban las ristras de ajos y cebollas, con los dedos torcidos como sarmientos de parra. O cuando hacían los prolijísimos ataditos de acelga, zanahorias, rabanitos y cuantas hortalizas pudiesen atarse con un hilo. Pero lo hacían atándolas con hojas de “paja vizcachera”, para lo cual siempre dejaban crecer varias plantas a orillas de la huerta.
Cuentan que un día el gringo apareció rengo y así anduvo por mucho tiempo, auque siempre fue reacio a decir que le había pasado. Andando los meses, nadie sabe si porque el gringo le contó a alguno de su confianza, o porque fuese una infidencia de su mujer a alguna amistad íntima, se supo qué le había pasado. Aunque también cabe la posibilidad de que fuese un invento surgido de la frondosa imaginación de alguno del pueblo, puesto que acá el que no corre, vuela (...y de acá saldrán también unas cuantas narraciones.) Aunque el asunto tiene visos de ser real y como viene al caso, aquí lo cuento.
Parece ser que el gringo siempre dejaba la misma parcela de tierra su lote para sembrar papas. Probablemente lo hacía así porque en ese lugar la tierra fuese la más apta, ya que la papa crece mejor si la tierra es suelta, con poca o ninguna tendencia a compactarse. Para eso, los mejores terrenos son los arenosos. Pero como ocurre con cualquier cultivo, si se siembran repetidamente las mismas especies vegetales en el mismo terreno, se crean las condiciones favorables para la proliferación de plagas específicas que afecten severamente a ese cultivo.
En ese sentido el gringo estaba preocupado, porque muchas de las papas de sus últimas cosechas habían estado severamente atacadas por alguna plaga que las perforaba por todos lados, a veces hasta inutilizarlas. Un día estaba preparando el mismo lugar para volver a sembrar papas y andaba con la pala de punta dando vueltas la tierra en esa rutina de todos los días; quizá con la mente vaya a saber por donde. De repente, entre el último montoncito de tierra suelta que acababa de voltear a sus pies, vio moverse algo que lo retornó en un instante a su huerta y a sus papas.
Con la premura de no darle tiempo a lo que se movía para que disparase o se enterrase y sin pensar bien lo que hacía, cuentan que le sacudió con alma y vida un golpe con el filo de la pala, mientras le decía a la supuesta “plaga”:
- “Así que vos sos el que me come las papas..!?”
Fue
lo último que dijo, antes de salir a los saltos para la casa con el
dedo gordo del pie casi seccionado dentro de la alpargata!
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